
-¿Subías las escaleras por tu mujer?
-A veces.
-Nunca he vivido en una casa con ascensor.»
Uno de los personajes del director George Cukor decía aquello en 1981 en la película Ricas y famosas. Por suerte, cada día resulta más difícil toparse con una vivienda sin ascensor, pues habría muchos contrariados con esa carencia. Uno de ellos sería Kirk Douglas en su papel del millonario tío Joe en Los codiciosos (1994). No en vano, el magnate no podría desprenderse de su silla de ruedas y obviar el ascensor dada su avanzada edad por mucho amor e impaciencia que sufriese por abrazar a su adorada y joven Molly. Eso sí, el tío Joe esprintaba por los salones de su magnífica mansión y no había nadie tan rápido pulsando los botones de su ascensor privado.
En las películas, los ascensores han sido cuna de amores y han presenciado un crescendo de carantoñas, además de servir de marco para horrores varios como los que atestiguan un sinfín de filmes, pues pocas escenas resultan tan sobrecogedoras como el timbrazo de un ascensor que se abre sin pasajeros en medio de la mayor penumbra. Pero nosotros nos quedamos con el indispensable papel que juegan los ascensores en una sociedad cada vez más envejecida y empeñada en espigarse hasta el cielo con edificios que no cesan de brotar por todas las urbes del mundo como las verticalísimas Nueva York o Dubai. ¿Os imagináis el Empire State sin ascensor? Desde luego, el tío Joe y la inmensa humanidad no hubiesen adquirido nada en propiedad en semejante Everest sin elevador.
Además, seguro que el tío Joe estaba al tanto de la obra y milagros del señor Graham Bell, pero sería un ignorante hasta la médula en todo lo referente a Elisha G. Otis, padre de los ascensores de sistema dentado actuales, a pesar de que casi todos los días se montaba en el “vástago” de Otis. Nosotros seguramente pequemos de la misma ignorancia al poner rumbo a la oficina, al supermercado o al confortable hogar (son muchos los rincones a los que nos aúpa un ascensor). Aunque variados nombres y culturas han contribuido a la forja de este ingenio como Arquímedes, los egipcios, los musulmanes y los rusos (no en vano, el pionero fue construido por Ivan Kubilin e instalado en el Palacio de Invierno, San Petersburgo, en 1793), hay que atribuirle al señor Otis nuestros seguros y poco arriesgados paseos en elevador, ya que hasta 1852, fecha de la implantación de la aportación del estadounidense, subirse a un ascensor suponía una aventura con incierto final pues el cable se rompía en numerosas ocasiones. De hecho, los periódicos de la época, anteriores a la invención de Otis, se hacían un constante eco de muertes debidas a elevadores, pero este estadounidense ideó un sistema de seguridad que amortiguaba la caída incluso en caso de que el cable se fuera al traste. Así se inauguró el siglo de oro del ascensor que empezó a colarse en las mansiones más señoriales. No en vano, uno de los primeros acaudalados en encapricharse de un ascensor fue George Washington Vanderbilt quien mandó instalar un par de ellos en su mansión para regocijo de sus invitados y, de este modo, ahorrarles las “engorrosas” escaleras. Por cierto, dichos elevadores llevan cien años atendiendo al trasiego de invitados y residentes, aunque a paso de tortuga, con las piezas originales y sin incidentes.
De modo que cuando en 1889 se celebró en París la Exposición Universal con su abanderada Torre Eiffel ensartando por primera vez el cielo parisiense, ésta ya contaba con un elevador con garantías. Concretamente, un ascensor hidráulico cuyo funcionamiento era posible gracias al combustible.
Muchos habrán adivinado que el inventor fue el germen de la empresa Otis, pero hay muchas más que ahora nos franquean el paso a las alturas como los elevadores verticales de ThyssenKrupp Encasa u Orona.
Eso sí, no hay que olvidar que los elevadores, si no eres el tío Joe, nos prestan «un par de piernas eléctricas«, pero las escaleras también son un gran invento contra los kilos y un corazón achacoso que no hay que desdeñar.
Autora: Ana Durá
Muy curioso el articulo.
muy interesante el artículo. Es curioso cuanto menos