Escuela Nacional de Kirkarry. Fotografía de David Soanes (filckr.com)
Aún con la sensación de aparecer en esta ventana como una sombra extraña, recuerdo una cita: “La arquitectura tiene que despertar emociones”. La pretenciosa sentencia, convertida en titular impreso por la gracia de una amable periodista local, la realicé hace un lustro, ejerciendo de ocasional cicerone en esta ciudad de provincias en la que vivo, encargado de mostrar un puñado de ejemplos dispersos que legitimasen la celebración del Día Mundial de la Arquitectura.
Al darme la oportunidad de escribir aquí pensé que no tenía nada que aportar, pues es éste un sitio serio y especializado. Sin embargo, ante los ánimos recibidos trataré de escudriñar a continuación eso de las emociones y su relación con ‘lo edificado’. Para ello me remitiré a un par de días atrás, a ese momento en el que uno se sienta a comer algo delante de la tele. Como en tantas ocasiones, el zapping se detuvo en una de esas películas que he visto tantas veces. Los fotogramas finales de La Hija de Ryan (1970. David Lean) mostraban la mirada de las mil yardas del atormentado oficial inglés, clavada en el horizonte marino donde lentamente va sumergiéndose la esfera solar. Sonido de olas; entre las dunas de la playa, enebros mecidos por el viento; atmósfera apaciblemente metálica; el esplendor quieto de la belleza como preludio fatídico. Mientras tanto, el Maestro y su estigmatizada esposa cenan silenciosamente en el interior de su humilde casa, tan alejada del poblado como el cuartel o la misma escuela. Allí donde exista la civilización, esta distinción institucional respecto del tejido urbano es recurrente desde que se crearon las primeras (templos, fortificaciones, escuelas…).
Pero aquí la civilización se reduce a una calle sobre la que se disponen las casuchas adosadas y que en sus dos extremos se prolonga en forma de camino, conectando de un lado la escuela y de otro el cuartel. Y más allá, Dublín, el Mundo. En ese mundo lejano la Gran Guerra se encuentra en su apogeo, llegando hasta la costa en forma de restos de un naufragio, ya sea en forma de cargamento militar o de oficial inglés atormentado. Pero aquí estamos muy lejos del conflicto, muy lejos de la Arabia de T. E. Lawrence, con sus majestuosos primeros planos del desierto limpio. Sin embargo, en este rincón perdido irlandés la magnificencia de la naturaleza asiste al drama igualmente. Un drama de personajes insignificantes, un drama en el que una arquitectura, también insignificante, cumple una decisiva función. La taberna de Ryan, barra larga, bancos de madera y vidrios de colores esmerilados. Se entra desde la calle a través de una puerta de dos hojas. Verdadero hemiciclo democrático, allí se encuentran desde el inglés invasor al tonto del pueblo. La escuela y su paradoja, dos puertas para distinguir sexos y una única aula. Pero aquí, en la escuela, la distancia permite mantener una cierta condición arcadiana apenas a salvo de la nociva comunidad local. Una sencilla construcción de piedra (un decorado pastiche en realidad) que adquiere esa condición inmanente con el lugar, páramo cortado por acantilados que contemplan el océano infinito. Una diminuta simetría antrópica en un paisaje abierto, escenario de emociones eternas.
Fotograma de ‘La Hija de Ryan’. Fuente: www.laescueladelosdomingos.com
En este contexto de lo rural, uno advierte también ciertas correspondencias entre aquella recreación de Kirrary y estas latitudes ibéricas. Entre las décadas de los 40′ y 70′, el Instituto Nacional de Colonización levantó en España centenares de nuevos poblados vinculados al regadío. Uno de éstos, Puebla de Argeme, se encuentra en el municipio de Coria (Cáceres), donde servidor cumplió por un tiempo labores de arquitecto municipal. Actualmente, el diseño original se encuentra desvirtuado, sustituidas las viejas tipologías edificatorias por desagradables moles de monocapa y zócalos cerámicos. Como excepción a tanta falta de tacto, a las afueras se encuentran las escuelas. La nueva, realizada por los arquitectos de la administración extremeña, sutil ejercicio de alegre vanguardismo, y la vieja, ya en desuso y en la que su planta aún desvela la aludida regla de la separación por género.
Como una de las tareas realizadas en esa época, servidor realizó una pequeña memoria valorada de aquel vestigio de arquitectura a escala rural, en busca de una subvención para su rehabilitación en forma de guardería infantil. Conmueve cómo unas cuantos planos verticales cubiertos, alguno de ellos reducidos a los pilares como única frontera con el exterior, y un forjado inclinado, pueden encerrar tal potencialidad.
Nada he vuelto a saber de esa vieja escuela, pero me agrada pensar que tal vez unos cuantos chiquillos están jugando allí ahora, ajenos al drama de la vida.
Sobre el autor: Carlos Sánchez Franco
Arquitecto del lejano oeste peninsular, título forjado en un extinto plan setentero. El sector público como principal pagador. El urbanismo como principal tarea profesional. De fatal inclinación por los interrogantes. Puedes seguirme en mi cuenta de Twitter.
Muy bueno Carlos, enhorabuena
Gracias, Javi.
Gracias por el articulo, basante bueno y sobre todo muy didactico.
Gracias ‘Películas online’