Kindergarten Taka-Tuka-Land (Berlin-Spandau)
Que me perdonen los ortodoxos pero, sin ánimo de adentrarme en la densa materia del estudio académico, partiré del final de mi anterior artículo, reparando de nuevo en esos niños que despreocupados juegan envueltos en un espacio nacido del diseño. Da igual si el proyecto tiene en cuenta o no tal contingencia pueril, si contiene «la esencia misma de la sensación» (Le Corbusier) es muy probable que la despierte. Me explicaré:
Con veterano ánimo crítico, servidor cae con culposa frecuencia en el desdén por ciertas expresiones de arquitectura ‘exitosa’, todas ellas etiquetadas unas veces como High-Tech, otras como vanguardistas, siempre identificadas con el simbolismo institucional o corporativo. Sin embargo muchas de estas obras, pese a llegar a estirar hasta el límite elástico la dogmática proporción entre forma y función, como si se tratase de resplandecientes atracciones de feria, consiguen provocar en esos portadores de la verdad que son los niños los estímulos antes aludidos. Fue ésta la conclusión banal a la que llegué cierto día del fin de siglo anterior, una vez recorrido de cabo a rabo el recién inaugurado Museo Guggenheim Bilbao. Lo visitaba yo, por entonces, arrastrando todos mis prejuicios de arquitecto novel, con la tinta del título universitario aún fresca.
Museo Guggenheim Bilbao. Vista del atrio. Fotografía de FLICKR carlosviajero89
El amigo con el que compartía experiencia me pidió una valoración de aquel mediático artefacto revestido de titanio del que tanto se había hablado por entonces. Imagino que esperaba de mí uno de mis arrebatos de pseudoerudición, pero servidor, con la actitud de quien acepta deportivamente la derrota habida cuenta la colosal magnitud de exhibición creativa, sólo acertó a reproducir el recuerdo de lo que años atrás le escuchó a Pepe Morales. Aquel profesor de Elementos de Composición y Proyectos ya era todo un personaje que convertía sus clases en un transgresor Jardín de Academo en el que hablar de arquitectura recurriendo al cine, la música e incluso a la televisión. En sus planteamientos iba metódicamente quebrando los fundamentos de conceptos como el Lenguaje, el Discurso y la Docencia – «yo tenía un maestro pero se lo tragó la niebla» (Todas las Mañanas del Mundo) – hasta llegar a elementos sugerentemente intuitivos como el del niño que corretea fascinado por un espacio que descubre sin prejuicios.
De esa idea brota un recuerdo aún más lejano y difuminado. Es un día soleado y, no alcanzo a rescatar a qué celebración familiar responde, nos encontramos en un lugar fantástico. Soy un chiquillo de 6 ó 7 años que corre por callejuelas que desembocan en espacios abiertos que luego se estrechan y vuelven a ensancharse, subiendo, bajando, retorciéndose, con perspectivas cambiantes que modifican bruscamente las líneas del horizonte. En mi persecución, unas veces, o en mi huída, otras – ¿jugamos al escondite o nos batimos en alguna escaramuza? – salto por pretiles irregulares, me escondo en pequeños jardines de piedra, piedra que lo cubre todo, salvo el cielo y los campos lejanos que oteo en los breves momentos de respiro.
Imagen aérea del casco antiguo de Cáceres (Extremadura). 1966. Fuente: Excmo. Ayuntamiento de Cáceres.
El inevitable aprendizaje posterior revelará que aquel territorio explorado es el conjunto histórico de Cáceres. La posterior declaración como Patrimonio de la Humanidad (1986. UNESCO) parece confirmar su valor, pero un análisis detenido evidenciará que dicho reconocimiento no es sólo resultado de la conservación inalterada de la ciudad medieval. Subyacen en ella muchas decisiones de diseño que trascendiendo a las intervenciones en las fachadas de los edificios (restauración, cambios de estilo, etc.) afectaron a la propia trama urbana, generando nuevos espacios públicos y reformando otros en una proyectada intención escenográfica que contribuyó a que el recorrido por este lugar sea hoy un verdadero espectáculo. Y en esa toma de decisiones quien logró mayor grado de acierto probablemente fue un forastero egregio: Don Alfonso Díaz de Bustamante, un militar santanderino que ejerció de alcalde durante las dos últimas décadas de la dictadura franquista y que, entre otras cosas, logró traer el ferrocarril a este apartado lugar del lejano oeste peninsular. Un diletante de las bellas artes que, nada más aterrizar en Cáceres y descubrir su barrio antiguo, tal vez sucumbió al impulso de correr por sus calles como un niño.
Vista de Cáceres. Fotografía de @NatGeoSpain
Sobre el autor: Carlos Sánchez Franco
Arquitecto del lejano oeste peninsular, título forjado en un extinto plan setentero. El sector público como principal pagador. El urbanismo como principal tarea profesional. De fatal inclinación por los interrogantes. Puedes seguirme en mi cuenta de Twitter.
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