Mientras tecleo este texto, una ventana alta y alargada me ahorra la visión de un antipático paisaje urbano, mostrándome tan solo un cielo plomizo con su promesa de frío. Para estas latitudes del lejano oeste ibérico, el frío es un concepto de menor recorrido que en otras zonas más septentrionales de la península. Pude comprobarlo en noviembre del pasado año cuando visité Pamplona. Viajar solo en coche hacia un lugar que no conoces, parte del trayecto por carreteras nunca antes transitadas, es una de las pocas aventuras que un tipo como servidor es capaz de emprender. Hacerlo con las primeras nieves y de noche resultaba algo temerario. Uno tiene la impresión de que esa sensación de miedo no encaja mal del todo con el resto de emociones que provoca lo nuevo, que en aquella ocasión iba evidenciándose lentamente mientras el amanecer disolvía la niebla. No obstante, si a lo anterior se suma la prisa, la cosa puede complicarse. De modo que acabé penetrando en el corazón de la ciudad casi ajeno a los estímulos que surgían a mi paso, centrado en las señalizaciones y en el navegador, aparcando bajo una placita entre las Calles San Francisco y Nueva, acelerando mi registro en el hotel, subiendo a la habitación para dejar el equipaje y, una vez allí, poder finalmente estrangularme con una corbata.
Una versión más consciente, pero igualmente atribulada, del Travis de Paris, Texas (Wim Wenders, 1984) abandona precipitadamente el hotel y se encamina hacia la sede del Instituto Navarro de Administración Pública. Arquitectura decimonónica, neoclásica, un alargado atrio de dos alturas organiza el espacio. En la galería superior, numerosa concurrencia espera el comienzo del evento. Me anudo la corbata y me aproximo a la mesa de acreditaciones, me identifico ante la risueña asistente, compruebo que es la misma con la que días atrás intercambié correos. Pago en efectivo la matrícula y mientras recojo el recibo junto con la documentación le pregunto por la Vice. Me señala un grupo cuyo centro es mi objetivo. Rompo el cerco y la abordo, vuelvo a identificarme, me reconoce y nos alejamos juntos hacia un rincón más discreto. Lo que ocurre en los segundos posteriores queda a la imaginación del lector (sólo diré que ese episodio -de contenido estrictamente profesional- puede servir de origen de un futurible relato).
Da comienzo la sesión, discurso inaugural a cargo del Consejero de Fomento navarro recordando que, atravesada por el Camino de Santiago, en la edad media Pamplona estaba conformada por tres beligerantes burgos separados por murallas y fosos. Después interviene la Vice, como primera ponente con su ley estatal de rehabilitación, regeneración y renovación urbanas (la 3R). A continuación, un profesor de arquitectura y redactor de planeamiento territorial y urbanístico reflexiona sobre los nuevos desafíos, citando a Brunelleschi, Edmund Bacon, Lawrence Halprin, Hugh Barton, Bill Hillier, Richard Rogers… Termina la jornada matutina con un técnico de la localidad que nos cuenta su plan de rehabilitación.
Me informan que la Vice se ha escabullido en tren de alta velocidad, por lo que salgo en busca de un plato de comida bien caliente en alguna de las famosas tasquillas sanfermineras. Reinicia la sesión vespertina una batería de directores generales de urbanismo de distintas regiones: el castellanoleonés, prolífico hacedor de normativa, denunciando la pérdida de la componente social en la 3R; el catalán cuestionando la viabilidad económica del planeamiento; la aragonesa abogando sencillamente por aplicar las leyes; el valenciano con su innovado marco legislativo; el navarro ensalzando la importancia de la ordenación territorial como freno de burbujas inmobiliarias. Abandonamos el salón de plenos y pasamos a los talleres de trabajo, divididos por grupos. Me toca con el director catalán, parte de la delegación aragonesa, una pareja de pintorescos arquitectos de Logroño, un profesor de Madrid y otros cuantos urbanistas más que no logro identificar. Sentados en los pequeños pupitres, el debate es intenso, apasionado. La Rioja está a punto de ganar por K.O. hasta que interviene servidor. Entonces, un molesto hedor a incertidumbre recorre el aula. La sangre no llega al río, el representante balear culmina la jornada hablando del papel de las sociedades inmobiliarias municipales y nos emplazamos todos para la cena.
+Pasarela Peatonal en el Baluarte de Labrit (más informacion).
De camino a la cita, intercepto a la delegación aragonesa. Antes de llegar al suntuoso establecimiento, antiguo convento restaurado, ya hemos congeniado (mérito suyo). Vinos previos, charlas varias, llegamos a la mesa que compartimos aragoneses, los pintorescos riojanos, un madrileño, un andaluz, un catalán… Avanza la cena, anécdotas irreproducibles, La Rioja vuelve a triunfar: viejo lobo de la arquitectura… Últimas copas en distintos garitos de juventud guiados por uno de los arquitectos aragoneses que estudió allí…
A la mañana siguiente quedamos en la Plaza de Toros. Ahora les habla una versión más escuálida, pero igualmente resacosa, del Hemingway de «The Sun Also Rises«. Un erudito arquitecto de la oficina del Centro Histórico nos conduce por los baluartes y las casernas, mientras nos desvela las claves de un sistema de fortificaciones en permanente evolución desde el Siglo XIV. Alcanzamos el complejo catedralicio y lo recorremos de arriba abajo. El claustro gótico es ciertamente impresionante, la sacristía de los canónigos exhibe un estilo rococó que raya en lo promiscuo, qué distinto de la belleza desnuda de la capilla románica o de los restos del Palacio del Arcediano.
Salimos al atrio y las voces enlatadas de los monjes gregorianos aún resuenan en mi cabeza mezclándose con el ruido de la ciudad. Es mediodía y el sol hace una oportuna aparición, cuesta ajustar las pupilas. Comienza una despedida torpe y apresurada, intercambio de tarjetas. Me apresuro a emprender el largo regreso a casa con la intención de no perderme lo que las tinieblas nebulosas me ocultaron antes de llegar hasta aquí.
Sobre el autor: Carlos Sánchez Franco
Arquitecto del lejano oeste peninsular, título forjado en un extinto plan setentero. El sector público como principal pagador. El urbanismo como principal tarea profesional. De fatal inclinación por los interrogantes. Puedes seguirme en mi cuenta de Twitter.
Deja una respuesta