La semana pasada decidí que escribiría sobre minimalismo cuando, mientras paseaba felizmente por Broughton Street en Savannah, USA, me sorprendió anunciada la apertura de un restaurante de cocina minimalista. Reconozco que siempre me ha atraído la estética que se escuda detrás de ese concepto, pero hacía un tiempo que dejé de relacionar la arquitectura con esa palabra tan gastada.
A lo largo de los años noventa, el término minimalista proliferaba imparablemente para describir cualquier arte geométrico, técnico, repetitivo, estructural, liso, barato, blanco o negro. Hoy nos ataca en revistas de mobiliario, anuncios de relojes y hasta en el subtítulo en cursiva de la sección de cocina de la revista del corazón que lee mi socia para sentirse menos artista de vez en cuando.
Y fue entonces, en medio de mi tranquilo paseo, cuando me negué a aceptar sin más que se pueda describir la Casa Farnsworth y un plato de patatas con (reducción de) salsa brava usando el mismo adjetivo y que nadie se altere lo más mínimo. Tras ese arrebato de escritor metido a arquitecto, me propuse tomar cierta distancia con el término minimalista, estudiarlo y hablarle de tú a tú, sin connotaciones publicistas ni impulsos de estudiante de segundo de carrera.
Para empezar, tanto en las artes como en la arquitectura, la poética minimalista se asocia con la negación silenciosa frente al ruido que acompaña al resto de lenguajes artísticos, como un espacio de paz que quiere alejarse de la farándula que acompaña al circo.
Hay diferentes interpretaciones sobre lo que esa negación significa. El escritor Josep Quetglas escribió sobre el tema que: “no puede usarse minimalista como adjetivo de cualquier actividad (…) sin mostrar una absoluta incomprensión respecto a aquella actitud que mantuvieron los pioneros artistas americanos de los años sesenta: Robert Morris, Donald Judd, Sol LeWitt…”.
El mencionado Donald Judd, máximo exponente del auge minimal, hablaba del concepto “objeto específico”, definido como un objeto con capacidad de no significar nada por sí mismo, permaneciendo desnudo de cualquier interpretación objetiva. Quetglas lo complementa: “lo minimalista es algo que trata de cortocircuitar cualquier información entre la obra y el espectador”. En otras palabras, que ante la presencia innegable de una obra el espectador siente un vacío comunicativo, una neutralidad, que impide la comprensión del objeto más allá que está ahí, sin más.
¿Y en arquitectura? Llevando el concepto hasta un extremo, Quetglas defiende que de algo minimalista “ni siquiera podríamos decir si es una pintura o una escultura, eso lo dotaría de una componente reconocible cuando, por definición, carece de todas. Algo de lo que pueda llegar a decirse que es arquitectura (…), ya no puede ser minimalista.”
Personalmente, creo que ese extremo resulta demasiado exclusivo. En una definición mucho más inclusiva, el beinache nichts (casi nada) de Mies van der Rohe y el less is more de Philip Johnson establecen la filosofía de la arquitectura minimalista como un manifiesto a centrarse en los elementos primordiales de un proyecto, sin necesidad de explorar complejidades ornamentales innecesarias. La misma idea, dicha de forma más elegante.
Ahora bien, es cierto que la pureza y la simplicidad que abandera el término minimalismo es fácilmente manipulable, lo que la convierte en una arma publicitaria de demostrada versatilidad y eficacia.
El arquitecto Ignasi de Solá-Morales describió este problema muy bien cuando dijo que “el minimalismo es una ética de apartamiento y renuncia del mundo, de sus contradicciones y banalidades. (…) Paradójicamente, el minimalismo como oposición y renuncia deja de tener fuerza significativa cuando es convertido en moda.”
¿Es minimalista todo lo que nos venden como tal? ¿Hay minimalismo en todo lo geométrico, estable, repetitivo, sencillo? ¿Existe la cocina minimalista, una mesa minimalista o una persona minimalista?
La respuesta no está en lo que vemos. Un par de preguntas, normalmente a nosotros mismos, bastarán para desentrañar si lo que esconde el objeto a examen es una ética de renuncia y negación silenciosa, o, por el contrario, no esconde nada y es un intento más de banalizar el adjetivo que tanto cautiva a los amantes de lo mínimo.
Referencias:
- SOLÀ-MORALES, Ignasi de: Superficies, inscripciones (2000) en Los artículos del año. Colección La Cimbra, 7, Barcelona, 2009
- QUETGLAS, Josep: Artículos de ocasión (1994). Gustavo Gili, Barcelona, 2004
Autor del post: Sergi Sauras
Aprendí sobre arquitectura en Barcelona, pero hoy escribo desde una escuela de diseño de los Estados Unidos con vistas al Mar Mediterráneo. Mi web www.sergisauras.com
Yo amo lo minimalistas y creo que es por la sobrecarga de información que recibimos constantemente, me encanto artículo. Gracias.
Me gustaría que en las escuelas se discutiera este y otros temas relacionados con los estilos arquitectónicos, de manera que los alumnos esten preparados para definir la forma funcion del edificio y dejar de estar atrapados en el minimalismo.
Una creación minimalista, se distingue por ser austera, pero sin quitar comodidad o funcionalidad a lo creado. Es como vivir en una isla desierta, pero sentirse como en hotel de lujo cinco estrellas, porque no tienes necesidad de nada más, pero al mismo tiempo ni es ostentoso, ni es disfuncional. El ejemplo clásico está en los relojes; hoy día está un reloj en un celular HAWEI y más parece computadora que reloj, tiene cronómetro, tiene segundero y minutero con luz y despertador. Un reloj clasisita minimalizado, como el BARIHO WATCH; no tiene mas que el sonido despertador y el minutero y el marcador de hora sin números. Es funcional y no le quita el que sea reloj; esa elegancia austera, es lo que yo entiendo como minimalismo. Una silla Bauhaus es otro ejemplo; un sillón de caoba, es cómodo por tener asientos reclinables, cables y resortes y solo así es cómodo; pero el minimalismo Bauhaus, logró la misma relajación, a un coste de un diseño exacto con sólo 3 piezas. Eso es minimalismo.