Resulta que cerca del 65% de la población urbana mundial, según la UNESCO, se concentra en ciudades menores de 1 millón de habitantes. Es éste uno de los datos destacados en el II Congreso Internacional de Urbanismo, Ordenación Territorial y Sostenibilidad, celebrado a comienzos de noviembre en Sevilla (España). El Instituto Nacional de Estadística le asigna a esa misma ciudad anfitriona alrededor de 700.000 residentes, de modo que ahí tenemos a la capital andaluza, dentro de ese espectro en el que se localizan las denominadas ‘Ciudades Intermedias’. Pero, según explican distintos ponentes, esta denominación no solo atiende al tamaño poblacional de los núcleos urbanos «sino, sobre todo, con relación a las funciones que desarrollan: el papel de mediación en los flujos (bienes, información, innovación, administración, etc.) entre los territorios rurales y urbanos de su área de influencia y los otros centros o áreas, más o menos alejados. Funciones de intermediación entre los espacios locales/territoriales y los espacios regionales/nacionales e, incluso, globales» (Miradas A Otros Espacios Urbanos).
Evolución de la población urbana según la dimensión del núcleo (Fuente)
Hasta que supe de la celebración de este congreso nunca reparé en la existencia de quien lo organizaba. La Asociación Española de Profesionales del Urbanismo, Ordenación territorial y Sostenibilidad (AEPUOS) se constituyó como tal «en junio de 2009 para representar eficazmente a los profesionales españoles de los ámbitos de urbanismo, ordenación territorial y sostenibilidad», incluyendo expresamente a los arquitectos y «a los futuros titulados de los grados correspondientes del Espacio europeo de educación superior (Bolonia): Grado en Urbanismo, Ordenación del territorio y Sostenibilidad y Grado en Geografía y Ordenación territorial, así como el fomento de los Másteres correspondientes de especialización, en colaboración con las universidades españolas». Confieso que sí conocía, en cambio, la ciudad donde iba a celebrarse el evento. Fue en Sevilla donde me bajé de un autobús de línea, después de un trayecto de más de cuatro horas a lo largo de una Ruta de la Plata de dos carriles, para emprender una carrera de arquitectura en la que invertí gran parte de la década de los 90′ del pasado siglo. De aquel mediocre aspirante a los frutos de la Tierra ignoro qué queda actualmente, tal vez sobreviva tímidamente algo de entonces en esta suerte de textos errabundos que COSAS DE ARQUITECTOS, cual ONG Sin Fronteras, tiene a bien publicar.
Modelo territorial de Andalucía. (Fuente: Plan de Ordenación del Territorio de Andalucía)
Pero dejemos de hablar de uno y volvamos a la Sevilla del presente; un lugar donde lo grande y lo pequeño se relacionan con aparente naturalidad; una vertebración territorial de la que forma rótula principal en la escala regional e intermedia en la peninsular; un área metropolitana claramente focalizada, un enclave de barrios con identidad propia, un conjunto histórico como hito memorable a la vez que fuente primordial de recursos. Y es en el corazón del conjunto histórico donde se desarrolla el Congreso, en la Casa de la Provincia, antigua sede de la diputación provincial (y originalmente hospedería de peregrinos), edificio palatino flanqueado por la Catedral y Los Reales Alcázares. Desde hace unos años el espacio público de toda esta zona se encuentra plenamente peatonalizado, lo que entre otras cuestiones permite recuperar la relación entre la arquitectura y la escala humana. Sin embargo, a esta experiencia tan reconfortante se le une, con impasible periodicidad, la aparición de una especie de leviatán vipérido transmutado en tranvía futurista; un ‘caballo de hierro’ muy distinto a los équidos que tiran de los tradicionales carruajes a los que aún se suben los turistas. Tradición y modernidad, controvertida coexistencia que incluso tendrá su pequeño protagonismo local en ciertos momentos del evento: críticas a la Torre Pelli y a Las Setas de la Encarnación que me recuerdan a otras viejas polémicas sevillanas como el Puente del Alamillo, Torre Triana,…
Imagen tomada desde la Avenida de la Constitución hacia la Plaza Nueva.
En lo que respecta a Las Setas, al margen del sobrecoste de 25 millones de euros que dicen que hubo (glub…) y de su fase inconclusa (más información), servidor no puede evitar salir en su defensa. Poder contemplar desde las alturas lo que uno ya tiene por conocido a ras de suelo es asistir a un descubrimiento, y a esta toma de conciencia llegué por primera vez un par de décadas atrás, muy cerca precisamente de donde estoy ahora improvisando mi alegato, sobre las cubiertas y azoteas de la Catedral mientras trataba de vencer el vértigo. Además lo que antes era un enorme solar tapiado donde se guardaban autobuses urbanos, generando un perímetro residual de callejones inquietantes, es hoy un espacio público que cobra un papel sustantivo en la trama urbana.
En cualquier caso, las mayores críticas que se oyen en el otrora salón de plenos de la diputación no atienden a aspectos tan plásticos y puntuales sino que, ciñéndonos al contexto andaluz, se refieren a la ausencia de planes subregionales, a las actuaciones de urbanización no previstas en los planes generales, las limitaciones discrecionales al crecimiento de las ciudades contempladas en el Plan de Ordenación Territorial de Andalucía (POTA), la falta de desarrollo reglamentario en materia de planeamiento y gestión, la escasa presencia de técnicos municipales de urbanismo, la irresuelta problemática de la vivienda irregular en el suelo no urbanizable, el lento desarrollo industrial, etc.
La Setas (Metropol Parasol. Sevilla)
Alcanzado un enfoque más universal, al hablar de la gestión de las ciudades se recalca su ámbito de aplicación más allá del urbanismo y se pronuncian una de esas sentencias que merecen ser escritas en negrita: «La mala gestión obstaculiza el derecho a la Ciudad». Como elemento esencial de una gestión eficaz se propugnan incrementos de los patrimonios públicos de suelo; lo cual me hace reflexionar sobre cómo casa esto con que los ayuntamientos puedan, excepcionalmente y cumpliendo una serie de requisitos, destinarlo a reducir su deuda comercial y financiera del Ayuntamiento (artículo 39.5 del texto refundido de la ley del suelo RDL 2/2008).
Otra declaración potente que se escucha es: «La Ciudad no sólo es un espacio de convivencia sino también un espacio productivo» (advertencia pragmática donde las haya que advierte una componente en la ciudad/ayuntamiento como empresa multi-servicios). Sugiriendo «deslegalizar el urbanismo» se pone en tela de juicio que el Plan, con esa reconocida ―por los tribunales― condición de disposición de carácter general, se restrinja a ser un mero reglamento normativo, en lugar de servir de versátil instrumento de acción. Por otro lado, en ese ejercicio de realismo práctico se repara en que existen dos variables, la inversión pública y la financiación privada, que no siempre está claro que puedan estar presentes en la ejecución de un plan, pero siempre encontramos una tercera variable que nos debe servir como condicionante genuino: el Lugar con sus componentes físicos. Y en todos esos lugares hay ciudadanos, los cuales podrían ser partícipes más activos en la ordenación de su territorio si simplificamos el Plan; conseguir que el plan se entienda (¿recuerdan este artículo?)
Les contaría más (he preferido omitir nombres y dejar que las ideas deambulen por aquí sin prejuicios) pero siento que he vuelto a divagar demasiado, lo siento. Terminó el Congreso y me encamino hacia el coche (otro largo viaje de regreso a casa) no sin antes echar un último vistazo a las cubiertas de la gran Catedral de esta ciudad intermedia. Hasta otra.
Sobre el autor: Carlos Sánchez Franco
Arquitecto del lejano oeste peninsular, título forjado en un extinto plan setentero. El sector público como principal pagador. El urbanismo como principal tarea profesional. De fatal inclinación por los interrogantes. Puedes seguirme en mi cuenta de Twitter.
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