“El hombre siempre ha usado los materiales que la naturaleza le ponía directamente en sus manos para construirse un entorno habitable, aspirando en muchas ocasiones incluso a su permanencia. Como toda obra humana, surgieron sus construcciones impregnadas de su espíritu y los aspectos que lo representaban comenzaron a hacerse evidentes como arte: los estilos, los módulos, la ornamentación, los capiteles y chapiteles… El tiempo transformó sus elevados deseos en adorables ruinas cargadas de sentido y, como tales, nos gusta ahora conservarlas aunque estén tan lejos de las altísimas funciones que se les habían encomendado en su origen.
Aparece una nueva actuación: conservar y restaurar que, si nos descuidamos y no tenemos suerte, por su uso y abuso, se puede convertir, com de hecho sucede, en una elevada cursilería, somos conscientes. Es preferible que las ruinas sigan siendo dignas ruinas a una cursi restauración, nacida de las manos de quienes, por nuestro desconocimiento y su soberbia, creemos educados para explicárnoslas. Como en todo, no es un problema de especialistas sino de sensibilidades educadas que, por suerte, en España tenemos.”
Alejandro de la Sota
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