La vida en el mundo flotante
Para representar la vida, con poco basta. Transcribir la cotidianeidad del día a día con precisión requiere, en esencia, un ejercicio de contención. Una tarea en la que la mirada desvista lo representado de elementos innecesarios que pudieran arriesgar un resultado recargado o cacofónico que impidiese que la verdadera esencia del momento representado llegase a ocupar, durante unos instantes, el espíritu del espectador.
Esta es una de las características más importantes del arte Ukiyo-e, un tipo de grabados con bloque de madera producidos en Japón entre los siglos XVII y XX. El atractivo de este género artístico, que popularizara en occidente Frank L. Wright tras sus viajes al país nipón, puede entenderse a través de conceptos como el iki (粋), un término que a nuestra lengua podría traducirse como “simplicidad” o “sobriedad” y que también apareció por primera vez en la misma época que el Ukiyo-e. Esta suerte de sofisticación del acto de no destacar se hace patente cuando se analiza cualquier estampa espacial, ya sea tanto en representación de ámbitos interiores como escenas urbanas típicas de la época.
Ilustración 1: Rekisentei Eiri: Mercado del pescado en Odawara-chô, Nihonbashi, período Edo
Cómo el Ukiyo-e cuenta un espacio
Lo primero que asalta al espectador al estudiar este tipo concreto de grabados son tanto la perspectiva como el valor de los límites. Los artistas del Ukiyo-e se valían, generalmente, de perspectivas muy profundas —muchas veces utilizando un único punto de fuga— que arrastraban en su recorrido todo cuanto el ojo pudiera captar. Ello resulta en unas construcciones espaciales que se levantan a partir de uno o dos planos muy marcados: el suelo y el techo (o cielo). Una vez establecidos estos elementos, la imagen queda lista para que la vida ocupe su lugar, para que las figuras que quedarán retratadas colonicen el espacio infinito de la hoja de papel.
Ilustración 2: Okumura Masanobu: Perspectiva de una sala en segundo piso, en el Nuevo Yoshiwara, mirando al embarcadero, 1745
No en vano, el término Ukiyo-e puede traducirse al español como “pintura del mundo flotante”, y es que las mencionadas figuras, protagonistas de los actos más banales y, quizá por ello, más característicos de cómo era la vida durante el período Edo japonés, parecen flotar en la infinitud del espacio creado entre los dos mencionados planos. La anonimidad de los personajes también es un elemento a destacar: sus rasgos físicos apenas varían entre las diferentes figuras, y generalmente se dejan sin pintar, quedando como testimonios del tinte propio de la hoja base. Se diferencian, eso sí, a partir tanto del lugar que ocupan en la composición como de la acción que realizaban en el momento en que quedaron congelados para siempre en la estampa, así como de los estampados y ricos colores que visten, sirviendo, en la mayoría de los casos, el tipo de vestimenta que llevaban para establecer su estatus social o rol en la representación.
Ilustración 3: Hiroshige, intermedio de kabuki, 1820
Esto último encaja en la segunda característica destacable del Ukiyo-e anotada al principio del texto, el valor de los límites, pues los cuerpos quedan relegados a ser un límite más en el conjunto compositivo de la obra. Estos se diferencian entre sí gracias al potente cromatismo inherente al método del grabado, mediante diferentes planchas tintadas, pero también mediante el dibujo detallado de multitud de patrones, materiales y tejidos que, unidos a aquella transcripción de la actividad, terminan de impostar a cada una de estas obras un potentísimo e irresistible ritmo.
Ilustración 4: escena interior con mujer, niños y perro, c. 1800
Es de destacar, también, como en muchos de los momentos escenificados, tanto en exteriores como, sobre todo, en interiores, la transición interior-exterior tiene lugar de manera absolutamente fluida, ya que no se les atribuyen a los ámbitos secundarios ningún tipo de jerarquía cromática ni de intensidad, sustentando la idea de que tanto los jardines y paisajes que se contemplan desde las estancias interiores, como las estancias limítrofes a las calles en las imágenes urbanas, forman un todo, una gradación de estancias que se concatenan siguiendo sucesivos niveles de intimidad. No existe, en definitiva, lo que podría entenderse como profundidad de campo, sino todo lo contrario: una inclusividad y continuidad absolutas.
Ilustración 5: Hiroshige, Goyu-shuku, 1830
Al amparo de esos límites, quien se asome a estas estampas quedará expuesto a la pura vida, al ritmo decantado por la mano de artista, a la congelación del tiempo, de los tiempos, sedimentados, estratificados capa sobre capa. Recuerdos de un mundo flotante que ayudan a no perder de vista que los espacios son, por encima de todo, los momentos que son capaces de albergar.
Ilustración 6: Interior de arquitectura estilo Shoin con bailarines escenificando la Danza del Caballo, c. 1770
Sobre el autor: Hugo M Gris
Arquitecto por la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria y Máster por la ETSAB, me interesan todo aquello que me ayude a entender cómo funcionan las cosas. Me encantan las historias y las consumo en cualquier medio que me salte al paso: cine, cómics, videojuegos, etc, con el sueño de poder ser yo quien las cuente algún día.
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