Ilustración 1: Michael Wesely, The Museum of Modern Art, New York, 2001-03
Los edificios envejecen. Esto es, de entrada, una obviedad: sus materiales se degradan, sus colores se apagan, su estilo se vuelve cada vez más remoto, todo ello como parte del inevitable camino de lo construido hacia la ruina. Superado lo evidente, lo que busca la primera frase es otro tipo de envejecimiento, uno más espiritual, más de espalda inclinada, de manos temblorosas, de falta de aliento, de mirada atrás, memoria pastosa, de historias que contar. En mayor o menor medida, el proyecto arquitectónico y urbano se concibe con un abanico de condicionantes como punto de partida, unas ideas que inevitablemente están fijadas al momento mismo del alumbramiento edificatorio. Un punto concreto en la evolución de su contexto que, como todo, nada puede hacer frente a los embates del mar del tiempo. Un tiempo que sigue su propio ritmo, cada vez más acelerado.
Ilustración 2: Michael Wesely, Office of Helmut Friedel, 29 July 1996
Existen obras que son consideradas por la mayoría como atemporales. Construcciones que no envejecen, que se vuelven una especie de clásico que pasa a ocupar su lugar como miga de pan en el camino de vuelta a la historia. Esta condición es discutible — ¿qué no lo es? —, pero la mayoría de miembros de este selecto club de atemporales, que tanto el autor como el lector pueda pensar, seguramente se encuentre en una especie de burbuja, una vitrina de metacrilato historiográfico en la que se conserva la obra en sí misma, pura, fresca, solitaria. La verdadera prueba reside, sin embargo, en los edificios con un emplazamiento potente y marcado, que forman parte de un pedazo de ciudad (o similar), en tanto en cuanto son partes activas y originarias de la misma. Edificios en su mayoría anónimos a ojos de los libros, a merced de la velocidad y ritmo vertiginosos que caracterizan la contemporaneidad. Edificios flotando a la deriva voraz del cambio.
La tercera edad de los edificios es, como ya apuntaba al principio, parecida a la de cualquier organismo complejo vivo. La particularidad de su caso es que su vejez se mide en tiempo arquitectónico, no humano. Si uno acude a las normativas vigentes, verá que la edad útil de los edificios se mide en márgenes de 50 años, para proyectos de uso privado, y de 100 años para los públicos. Pasado este marco, la arquitectura se vuelve normativamente anciana. Pero, ¿cuánto puede cambiar el entorno de una obra en 50 o 100 años?
Ilustración 3: Un mall norteamericano senil, fotografiado por Seph Lawless
Los procesos de envejecimiento urbano y arquitectónico están íntimamente ligados a factores tan básicos como su emplazamiento, sus conexiones, su uso o su diseño, por lo que el ritmo al que estos aspectos cambie será el que defina la vida útil real de los edificios. Dichos cambios son, como se apuntaba al principio del texto, cada vez más acelerados, y es que no cuantifican igual unos 50 años de siglo XX que de siglo XXI. Recientemente se ha publicado en el New York Times un artículo sobre el posible punto de inflexión al que se ha llegado en el ámbito del retail norteamericano, uno de los configuradores de paisaje urbano más importantes y potentes desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta la actualidad. En lo que ya es casi un siglo, el desarrollo urbano y económico han ido de la mano, dejando tras de sí una infraestructura construida —que aglutina tanto vías de conexión masiva, grandes malls y áreas comerciales urbanas, entre otros elementos— que ahora se ve amenazada por el crecimiento imparable del e-commerce. Básicamente, el paisaje económico está volviéndose obsoleto, muriendo de éxito: está envejeciendo.
No hace falta irse a Estados Unidos para comprobar este fenómeno, pues, así como el auge y éxito del modelo fue exportado masivamente, ahora sus problemas y achaques también son una afección estructural a escala planetaria. En mi isla natal, sin ir más lejos, existen emplazamientos enteros que en su día se configuraron en torno a la explosión del mall y que hoy día parecen un cementerio de elefantes, o una película de zombis de serie B, según se prefiera. El sur de la isla es, arquitectónica y urbanamente, un geriátrico que amenaza con dar el paso definitivo que lo convierta directamente en una morgue: enormes complejos de tiendas cerradas, persianas bajadas, pasillos desiertos e iconografías que hablan de aquellos maravillosos años que no van a volver, pues en una actualidad cada vez más inmaterial, más “e-“, la visión de estas construcciones se asemeja a aquellos prehistóricos discos duros de una tonelada y 5 MB (lo cual fija, curiosamente, el peso original del MB en 200 Kg) y que tan ridículos se antojan contra una pequeña tarjeta SD de 1TB.
Ilustración 4: Un mall canario también senil, el Cita Shopping Center, que se propone sustituir por el enésimo hotel, dando su potencialidad por perdida
Ilustración 5: Imagen satélite del mismo anciano arquitectónico. Compárese con el grano del tejido turístico para entrar en escala.
Volviendo a la big picture, lo innegable es que muchos de los servicios que una ciudad puede ofrecer están desapareciendo de su esfera física, lo cual las empuja a condiciones que podrían considerarse análogos a las demencias humanas. Es habitual encontrar obras que han sido incapaces de adaptarse a las transformaciones de su contexto, que hablan de épocas pasadas como si lo estuviesen reviviendo una y otra vez, que ven en los demás a los actores de su memoria o que confunden a sus semejantes entre una miríada de nuevos integrantes. Algo así como edificios seniles que generan más compasión que rabia, pero que precisan de un tratamiento que, en el caso de la arquitectura, como diferencia, no tendría por qué ser paliativo, y es que la demencia arquitectónica debería poderse curar.
En definitiva, la ciudad ha pasado del modelo Always Almost Obsolete, que se recoge en Mutaciones (2000) de Koolhaas y compañía a un reactivo y, seguramente breve, Always Almost Immaterial, que terminará por dejar atrás las dos primeras palabras para quedarse sólo con la última. Si el comercio es el colágeno que consolida el tejido urbano masificado, tal y como defiende este libro, a día de hoy los huesos de la ciudad empiezan están descalcificándose a un ritmo alarmante, dejándola artrítica y osteoporótica, además de senil y desorientada. El tiempo de la arquitectura es hoy, en su relación con el habitante, más parecido al del animal doméstico que al del hormigón: su ciclo de juventud es mucho más corto, pues la voracidad del reloj es mayor a cada día que pasa. Y es que en la actualidad, el paradigma ha dado un giro inapelable: ahora es la arquitectura la que lucha por sobrevivirnos, y esto ya no va a cambiar.
Ilustración 6: Retrofuturismo de frontera, de Mutations (2000), Rem Kolhaas y AA.VV.
Sobre el autor: Hugo M Gris
Arquitecto por la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria y Máster por la ETSAB, me interesan todo aquello que me ayude a entender cómo funcionan las cosas. Me encantan las historias y las consumo en cualquier medio que me salte al paso: cine, cómics, videojuegos, etc, con el sueño de poder ser yo quien las cuente algún día.
Esto es algo que siempre me ha fascinado y he encontrado muy poco. Te felicito por abordar el tema del impacto que tiene el tiempo en la arquitectura.
Una de las cosas mas bellas es el concreto envejecido, esas manchas le dan belleza.
hola…
la historia – histeria – arquitectónica nos lleva a dos cuestiones que en tu artículo has expuesto.
Una de ellas es el envejecimiento natural de las cosas.
A diferencia del envejecimiento humano, el cual no puede ser retroactivo, el envejecimiento de la arquitectura y por ende de la ciudad está dependiendo de las redes comerciales y su evolución. Es por ello que las grandes obras arquitectónicas se convierten en mausoleos, lugares turísticos, donde las masas de individuos asisten a tomarse la foto o se convierten en letras de alguna recopilación de las 100 obras que ver antes de morir. Como un florero como una porcelana.
El otro punto es la reutilización de estos entes y su transformación para la regeneración del tejido urbano.
A mi parecer, y dejando de lado la nostalgia televisiva, la arquitectura y la ciudad son medios de comunicación de la humanidad y por ello deben de transformarse y evolucionar desde un punto Benjaminiano, subjetivo e indirecto.
Comparan los gráficos de Cyberpunk 2077 modificaciones con los de GTA V, el veterano título de Rockstar Games que también contará con versión para la nueva generación.
Saludos