Introducción
La tragedia ya estaba anunciada: el Cojitambo [1] se partió en dos en épocas remotas, Fray Vicente Solano, en el siglo XIX [2], alertó sobre la caída del Tahual [3], sin embargo, desde los años ochenta del siglo pasado, las autoridades encargadas del control de la minería, otorgaron concesiones para extraer arena y grava de las faldas del cerro Tamuga [4], ubicado en el sector de La Josefina al noreste de Cuenca, como consecuencia de lo cual, el 29 de marzo de 1993, se produjo un deslizamiento de aproximadamente 30 millones de m³ de tierra, que provocó el represamiento de los ríos Cuenca y Jadán formando un lago con un volumen de cerca de 200 millones de m³ de agua a decir de los técnicos que lo estudiaron. El 1 de mayo cedió la presa dando paso a un enorme caudal de agua que afectó gravemente al cantón Paute.
Los efectos del desastre, la organización de la población y la reconstrucción posterior, ante el abandono de la mayor parte de autoridades locales, tuvieron que ser asumidos por el equipo de la Vicaría Oriental del Azuay presidido por el padre Hernán Rodas, con apoyo de miembros del Centro de Educación y Capacitación del Campesinado del Azuay que, desde 1992 estaban presente en la zona. El trabajo fue desarrollado en la margen izquierda del río Paute, en el sector comprendido entre La Josefina y Amaluza.
Debido a que las vías destruidas obstaculizaron la provisión de insumos para la construcción, la tierra de los cerros y la piedra de las riveras de los ríos se presentaron como materiales adecuados para reponer las casas perdidas, pero una carga ideológica arraigada en el tiempo y fortalecida por fuerzas extrañas, lo impidió.
Figura 1. La ciudad de Paute el 1 de mayo de 1993.
Objetivo
Destacar los beneficios de la construcción con tierra y los prejuicios sobre su uso estimulados por conceptos distorsionados de modernidad.
Metodología adoptada
Figura 2. Tierra del suelo de Paute.
En miles de años, la zona de Paute, se formó con una geología particular caracterizada por laderas resultantes de rocas disgregadas que devinieron en arcilla, arena, gravilla y grava, poco aptas para la agricultura en contraste con fértiles suelos bajos de origen aluvial donde se depositó el humus arrastrado desde las alturas.
El suelo de las laderas circundantes al centro poblado, por sus características, resultó apto para la fabricación de tapiales, por lo que, durante años, las construcciones rurales y urbanas fueron edificadas con esa técnica. En los años sesenta del siglo pasado decayó su uso dando paso al empleo del hormigón armado y los bloques de cemento.
La destrucción de las vías de comunicación dejaron en el aislamiento a la población y la vida en carpas obligada por la pérdida de las viviendas urgía el inicio de la reconstrucción del pueblo. Como forma de solucionar el problema, los integrantes de la Pastoral Oriental y el CECCA decidieron edificar con los materiales existentes, piedra en los cimientos y tapiales en los muros para demostrar sus cualidades.
Para la construcción se requerían obreros que conocieran el trabajo con tierra y tapialeras. Los albañiles que levantaron las casas de antaño, debido a que nadie empleaba sus servicios en ese campo, estaban retirados del trabajo. Las dificultades se salvaron gracias a un anciano oriundo de Marcoloma, un anejo de Paute, que aceptó el reto de trabajar y compartir sus conocimientos.
Ya sin uso, las antiguas tapialeras desaparecieron, por lo que fue necesario construir nuevas mediante paneles laterales elaborados con 3 tabloncillos de 1.20 x 0.30 m, reforzados con marcos de 10 x 4 cm, para evitar pandeos y paneles de 0.40 x 0.90 m., para los frontales, además, 4 travesaños de madera con ranuras para insertar cuñas destinadas a garantizar la rigidez y varillas de hierro con cabeza redondeada en un extremo y ranuras roscables en el otro para regular el armado del cajón.
Figura 3. Tableros laterales de tapialera.
Superadas las primeras dificultades fueron localizados sitios en donde había tierra que sometida a ensayos de lavado, permitieron comprobar que una vez humedecida y frotada entre las manos dejaba sentir partículas que indicaban la presencia de arena y gravilla y los restos adheridos a ellas, la existencia de arcilla.
En el terreno destinado para emplazamiento de las edificaciones, a lo largo de los ejes de cimentación establecidos en los planos arquitectónicos, fueron cavadas zanjas de 70 cm de ancho por 80 cm., a 1 m. (de acuerdo a las condiciones del suelo). En la base de la zanja, una vez nivelada, se colocó una capa de 5 cm., de cal viva para controlar la humedad que por capilaridad pudiera afectar los muros, sobre la capa de cal se superpusieron hiladas de piedra de río de hasta 20 cm., de diámetro, unidas con mortero de cemento y arena.
El cimiento se construyó hasta una altura que sobrepasó 45 cm., en promedio, la superficie del terreno para lograr un sobrecimiento destinado a evitar el contacto directo de los tapiales con el suelo, a esta altura se remató la mampostería de piedra de río con una capa de mortero de cal y arena de 5 cm., de espesor para lograr horizontalidad, teniendo cuidado en dejar algunas piedras sobresalidas para adherencia de los tapiales.
El siguiente paso consistió en la colocación de las tapialeras tomando en cuenta algunas precauciones, entre otras: garantizar su rigidez, horizontalidad y verticalidad, trabajar con piezas que puedan ser transportadas por 2 personas, garantizar los ajustes a fin de evitar distorsiones por el empuje del material compactado.
La tierra escogida para el trabajo, separada de materia orgánica y humus, no requería de aditivos ni curado, se la empleó en su forma natural humedeciéndola brevemente y vertiéndola en las tapialeras en capas de 15 cm., compactadas manualmente con pisones, de base cónica roma, hasta lograr la cohesión necesaria para evitar la presencia de cavidades.
Una vez llena la tapialera, la parte superior se remató en forma almohadillada mediante pisones planos, para garantizar la adherencia de los tapiales superiores. Concluido lo cual, la tapialera se desmontó y volvió a montar horizontalmente hasta completar los tapiales horizontales para iniciar la hilada superior respetando las trabas. Como precaución para evitar el uso de moldes especiales, en las esquinas y cada 3 m., en las paredes largas, se construyeron contrafuertes.
Figura 4. Muros de tapial en construcción.
Como la tapialera llena permite una tapia de 0.80m., de alto, tres hiladas fueron suficientes para alcanzar 2.40 m., de elevación, altura suficiente para rematar los muros e iniciar la construcción de las cubiertas, tendiendo una solera de madera a lo largo de los muros perimetrales, la cual quedó protegida contra insectos y hongos una vez que la tierra de los muros se secó. A la solera se sujetaron los elementos de la cubierta cuidando de dejar aleros de 1.20 m.
La unión entre las hiladas inferiores y superiores, debido a que el proceso de secado de los tapiales es diferente, resultaba propicia para producir separaciones, las cuales, con el fin de evitar la presencia de hongos e insectos, se curaron con una capa de cal sobre la tapia inferior, antes de construir la superior, lo cual permitió la adherencia necesaria.
Los muros obtenidos estaban en condiciones de receptar, directamente, una lechada de cal y capas de pintura, pero, en este caso, por ser los edificios destinados al servicio público, se recubrieron con una mezcla de cemento y cal que se adhirió sin contratiempos con la tierra apisonada.
Discusiones y Resultados
Levantados algunos edificios se inició un proceso de discusión con la población sobre las bondades de la construcción con tierra pero, la sustitución de los sistemas constructivos había comenzado y se incrementó debido a la aplicación de políticas acordadas con organismos internacionales que llevaron a una gran devaluación del sucre [5], la sustitución de la moneda nacional por el dólar, la quiebra de algunos bancos y el feriado bancario que a la final despojó de los ahorros a los depositantes del país y obligó a miles de personas a migrar al exterior en busca de trabajo, entre ellos numerosos pauteños.
Figura 5. Casa de tapial.
Las construcciones con tierra eran de pobres según la concepción de los habitantes locales, el hormigón, el bloque de cemento otorgaban status social.
El contacto con otras culturas impactó en la población migrante y modificó los sistemas constructivos. Una vez terminada de pagar la deuda contraída para el viaje, los migrantes comenzaron a enviar remezas de dólares destinados a construir casas con patrones copiados de los sitios donde se asentaron. En Paute, laderas y poblados cambiaron su fisonomía.
Figura 6. La ciudad de Paute en la actualidad.
En Paute, laderas y poblados cambiaron su fisonomía
Utilizando tapiales fueron construidos edificios para culto, capacitación, alojamiento, que ofrecen interiores con clima agradable, fresco en los días soleados y templado en la época fría, buena acústica en los salones para reuniones, humedad regulada, calor y energía almacenados, sentido de protección y seguridad, en definitiva, ambientes sanos y acogedores.
Los muros de tierra mostraron ser propicios para dar rienda suelta a la creatividad, lienzos en blanco esperando la intervención artística. Hornacinas de diversos tamaños y formas pudieron romper la monotonía de un corredor o una grada, figuras labradas, elementos de color pusieron su cuota de alegría.
El ritmo acompasado de los golpes de los mazos, presente en las estructuras, continuó vibrando convertido en melodías para los oídos que desde en los espacios trasmiten paz a los espíritus.
La tierra no es un pobre material propio de indigentes sino un regalo para vivir mejor.
Figuras 7. Construcciones de tapial en Paute.
Consideraciones finales
A pesar de sus bondades, las construcciones con tapiales tienen enemigos y detractores, una carga ideológica acumulada en años, cimentada en malos recuerdos de épocas pasadas, pesa todavía en las mentes de los habitantes del campo y la ciudad.
La experiencia de vivir en “chozas”, todavía está fresca en la memoria colectiva, en esas edificaciones de tierra mal construidas donde las juntas entre los tapiales o adobes dejaban espacios para la proliferación de hongos e insectos, con pisos de tierra por los que se movían personas y animales, puertas y ventanas, logradas mediante estrechas perforaciones que no permitían la circulación del aire ni la entrada de los rayos del sol, eran propicias para la trasmisión de enfermedades y plagas que afectaban el bienestar y la salud de los ocupantes.
Al recuerdo se unió la conciencia generada por la supremacía del mercado y el consumismo adoptada por la población en los últimos años que acabó con la solidaridad que alguna vez permitió el apoyo entre familiares, entre vecinos para levantar viviendas dignas.
La migración, generada por las políticas equivocadas de los mandantes de fin del siglo XX, trajo consecuencias negativas para la arquitectura local, si bien es necesario reconocer la importancia de pobladores en contacto con otras realidades, también debe señalarse la influencia cultural que marcó el proceder de algunos de ellos.
La casa pasó a ser parte del status social, desatándose entre los familiares de los migrantes la competencia entre quienes construyen la mansión más grande con los materiales más caros, en sustitución de las viviendas tradicionales, saturando cerros y pueblos con malas copias de viviendas de las que existen en los sitios donde llegaron los migrantes.
Debía desaparecer todo lo antiguo para imponer construcciones y moldes de vida diferentes. Los materiales de construcción usados por padres y abuelos fueron vilipendiados, la solidaridad despreciada, el individualismo enaltecido, el consumo valorado.
Sin embargo, el fenómeno parece ser pasajero, la vida aislada en las casas “modernas” comienza a mostrar sus efectos: los materiales empleados sólo logran casa “enfermas”. No existe regulación de la temperatura, son frías en invierno y cálidas en verano. La humedad se toma los muros.
El individualismo, no genera riqueza, el consumismo no da satisfacciones duraderas, si bien el espacio de vida transcurrido en otros países deslumbró algunas mentes, la vida en Ecuador, en Paute comienza a recobrar sus cauces en un período en el que valorar lo nuestro se vuelve vital.
Dentro de esta valoración se halla la arquitectura, la construcción con los materiales nobles que ofrece el planeta, volver a la tierra, a la vida sana, compartida, social, en la que tienen que incorporarse elementos de una modernidad adaptada a nuestra idiosincrasia, representa el futuro [6],.
Sobre el autor:
Iván González Aguirre, arquitecto, Universidad de Cuenca, Ecuador, agosto de 1974.
Maestría en Investigación participativa para el desarrollo local, Universidad Complutense, Madrid 2004
- [1] Cojitambo: Cerro ubicado a 10 km, al oeste de la ciudad de Azogues en el que se hallan vestigios arqueológicos de la cultura cañari.
[2] Fraile franciscano que vivió en Cuenca entre 1791 y 1865, fue el pionero del periodismo cuencano.
[3] Tahual: Cañón abierto por el río Paute en su trayecto al Amazonas, ubicado a 14 km de la ciudad de Cuenca.
[4] Tamuga: cerro ubicado a la salida del cañón del Tahual.
[5] Moneda nacional del Ecuador hasta 1999, año en el que se dolarió la economia del país
[6] La ponencia narra una experiencia por lo que no se utilizó bibliografía.
Muy interesante esta técnica de construcción que parecía ya olvidada y tan buenos resultados a dado a lo largo de la historia.
Saludos