No se me ocurre mejor modo de inaugurar esta sección de anécdotas e historias de un arquitecto de batalla que haciendo un homenaje a los clientes que vienen con el proyecto ya hecho en un papel cuadriculado: Un clásico.
Aparecen en el estudio y se sacan una hoja de papel de cuaderno escolar en la que han dibujado siempre lo mismo: Una planta rectangular (que en los casos más evolucionados tiene por aquí y por allá un par de salientes semioctogonales) a la que se entra por uno de los lados cortos. Un pasillo por el centro, perpendicular al lado corto de la entrada, recorre todo el rectángulo. A la derecha del pasillo habitación, habitación, habitación. Y a la izquierda habitación, habitación, habitación.
Aparte de esta planta baja suelen llevar o un sótano o una buhardilla (o ambos). En todo caso, una excusa para colocar una escalera imposible. Como en la doble ristra de habitaciones no han previsto sitio para ella escalera, la suelen poner al fondo del pasillo, que tampoco sabían cómo rematar. La escalera, obviamente, da la vuelta en un regate imposible que volvería loco a Euclides.
Cada cuadrito es medio metro y los cerramientos de fachada y los tabiques carecen de grosor. Tampoco hay pilares ni nada parecido.
Los clientes ponen el papelito encima de la mesa y te lo explican lacónicamente:
“Este es el salón. Quiero que tenga dos ventanas: una aquí y otra aquí. Esta es la cocina. Este es el baño. Este es el dormitorio. Otro dormitorio. Y otro dormitorio. Todos con armario empotrado. Y el salón con dos ventanas”.
Te dan ganas de decir dos cosas. La primera es: “Tiene usted un cero, y no se esfuerce en volver en septiembre porque tampoco le veo yo para aprobar”. Y la segunda es: “Pues nada. Ya está. Ahora mismo lo escaneo y lo mando a visar”.
Pero no dices ninguna de las dos. Te quedas pasmado –y por más de veinte veces que te lo hagan te volverás a quedar pasmado-, miras a tu cliente y te da como una sensación muy rara de entre ternura y hay-que-joderse al imaginártelo sudando, contando cuadritos y desesperándose porque eso es muy difícil y no le sale. Cuánto habrá tenido que trabajar el pobre, te dices, para hacer esta patochada.
Y no te entra en la cabeza que te vaya a pagar pero que no te permita que diseñes su casa. Te va a pagar porque le exigen que te contrate, pero eso no te da ningún derecho a meter tus sucias manos en su futuro hogar.
«Y no te entra en la cabeza que te vaya a pagar pero que no te permita que diseñes su casa. Te va a pagar porque le exigen que te contrate, pero eso no te da ningún derecho a meter tus sucias manos en su futuro hogar.»
Da hasta vergüenza cobrar de acuerdo a los aranceles establecidos . jajajajajaj Buen articulo.
No sabía si llorar o reír al principio. Pero recordé tantas cosas con clientes, que definitivamente tengo que reír… aunque me contraten porque se los exijen.
Los más aventajados han pasado de la hoja de cuaderno cuadriculado a su versión 2.0: Pinterest, que es más resultón y lleva menos trabajo.
Y aparecen con su pendrive lleno de múltiples imágenes inspiradoras para que les «diseñes» su casa a pedacitos, encajando todo ese repertorio y sin querer renunciar a nada.
Por un momento María pensaba que te ibas a referir a la versión en Excel del plano de la casa… también esta la opción Powerpoint
Cuestión humorística al margen (porque es obligada la sonrisa), creo que das el punto de toque en el último párrafo: Cuanto más obligatorio nos ve un cliente, menos necesario nos ve.
Es nuestra labor hacer valer el trabajo por el que nos van a pagar, pero también aportar el trabajo que nos van a pagar y huir de voluntarismos que tratan de aportar roastbeef al que ha pedido una hamburguesa.
Gracias por la sonrisa, aunque sea amarga en parte.
Efectivamente Evelio… muchas veces nos ven como «un mal necesario» pero en nuestra mano está intentar cambiarlo