He hecho muchos pasillos, pero este del que os voy a hablar hoy es muy especial.
Fue hace unos veinte años. Se trataba de diseñar una casa “corriente”, “como todas”, en el casco urbano de mi pueblo. El solar, entre medianeras, no era demasiado irregular, y el programa era el de siempre: Planta baja con cocina, aseo, cuarto de estar y salón “para enseñar”, y planta alta con tres dormitorios y un baño.
Como ocurre tantas veces, la mejor ubicación de la escalera en planta baja no lo era en planta alta, pero al final llegué a una especie de acuerdo entre ambas y no quedó mal.
El programa era sencillo y la resolución no tenía mérito alguno. La escalera desembarcaba arriba en un muy pequeño distribuidor al que abrían las cuatro puertas (tres dormitorios y un baño). Se perdía muy poco espacio y la zona más irregular del solar se la tragaba el baño. Bien. Bastante bien.
Le enseñé a mi cliente los croquis y se los expliqué.
- – ¿Y dónde está el pasillo? –me preguntó.
- – No. No hay pasillo.
- – Pues tiene que haberlo.
- – ¿Pero por qué? Pero si no hace falta.
- – Tiene que haber pasillo.
Qué raros somos los arquitectos y qué raros son los clientes. Nosotros buscamos aprovechar los metros cuadrados construidos; ellos evocar episodios de una vida pasada como manera de proyectar el futuro.
De niño (y no tan niño) jugaba al fútbol con mi hermano en el pasillo de nuestra casa. Utilizábamos una pelota de tenis. Una vez colé el pie por la puerta hueca del baño. Menuda bronca. ¿Y este cliente? ¿Jugaba al fútbol con su hermano, como yo con el mío, en el pasillo de su casa natal y quería que esta nueva que se iba a construir también lo tuviera para sus hijos que aún no habían nacido? ¿Había sido el rey del triciclo por los pasillos de la casa de sus padres? Quién sabe. ¿O acaso era solo una cuestión funcional? Sí: funcional. Función no es solo hacer los recorridos tan cortos como se pueda. Función puede ser dar un rodeo para encontrar la puerta del dormitorio discretamente oculta y paciente en el pasillo en vez de descarada y grosera en pleno desembarque de la escalera. Función es muchas cosas. Que nos creemos muy listos los arquitectos, y solo pensamos en que un dormitorio de doce metros cuadrados se queda en nueve por una tontería. Tan tontería no será.
Y, ahora que lo pienso, no he vuelto a esa casa. Ya digo que han pasado unos veinte años. A lo mejor los hijos de mi cliente han tenido una infancia feliz jugando al hockey en el pasillo. A lo mejor incluso rompieron una puerta y se llevaron una bronca. Quién sabe.
Una amiga mía apareció un día con toda la nariz raspada; es que había hecho carreras con sus hermanos de empujar algo con la nariz, por el pasillo enmoquetado…