Una vez me encargaron el proyecto de la casa de la cultura de un pequeño pueblo de unos dos mil habitantes, pero que estaba creciendo bastante.
El alcalde estaba obsesionado con que el diseño de aquel edificio fuera participativo. Para ello nos convocó tal día a tal hora en el salón de plenos a todos los vecinos que quisieran asistir y a mí mismo para que me dijeran qué querían en su casa de la cultura y cómo lo querían.
Como no podía ser de otra manera, vinieron ocho personas. A estas cosas siempre vienen ocho personas, que son precisamente los vecinos más cansinos y más puñeteros del pueblo.
Me tuvieron unas dos horas para no decir nada en claro. Yo tomaba apuntes, pero al final ya me limitaba a hacer como que los tomaba. Tuve que ser yo, para rematar la reunión, quien les sugiriera que para la banda del pueblo podríamos hacer una pequeña aula-sala de ensayo y otra más grande de auditorio, y también podíamos hacer una biblioteca. Con el presupuesto disponible (estirándolo mucho) podría salir.
Entonces, naturalmente, me preguntaron que cómo era eso de un auditorio. Yo les dije que podría ser una especie de salón grande con un pequeño escenario y unas setenta butacas para el público.
En seguida saltó uno preguntándole al alcalde cuántas butacas tenía el del pueblo de al lado. El alcalde, triste, resignado, amargado, escupió que cuatrocientas cuarenta y siete. (Se veía que había recabado el dato a su colega vecino y que le escocía mucho).
- ¡Pues nosotros quinientas!
Yo pegué un bote y les intenté decir que el pueblo de al lado era mucho más grande y que aun así estaba seguro de que no las cubrían nunca. Les dije que quinientas butacas aquí significaba acoger de golpe a un cuarto de la población, y eso me parecía excesivo.
Ya no hubo más que hablar. Este pueblo no iba a ser menos que el de al lado y necesitaba un auditorio de quinientas localidades.
El alcalde, picado, emocionado, con lágrimas en los ojos y mirando a sus ocho vecinos tan exaltados como pelmas les dijo:
- Vamos a hacer un auditorio de quinientos asientos, y con escenario para la banda y también para funciones de teatro.
Yo de teatro no sabía mucho, pero me constaba que eso eran palabras mayores. A poca complejidad que tuviera la caja escénica…
- ¡Un teatro para quinientos espectadores!
Quedamos en que haría unos croquis y un tanteo de presupuesto para la próxima reunión, que se fijó para dos semanas después.
Todo indicaba que estaban dispuestos a hacerme un encargo bastante mayor que el inicialmente previsto, pero también que no iban a ser capaces de pagarlo.
Me fui con la grata tarea de hacer unos croquis de un auditorio ya bastante serio, pero con una mala sensación que no se me iba a quitar tampoco dentro de dos semanas.
Hola.
Simpático artículo.
Me queda la duda de cómo acabó todo.
Gracias.
Saludos cordiales