Lo de las escaleras en las obras pequeñas ha mejorado algo en todos estos años, pero, en general, sigue siendo un desastre. Esto, unido a que yo siempre he sido muy torpe hace que cuando voy a ver una obra los vecinos saquen las sillas y los refrescos y busquen los mejores sitios para verme. El espectáculo está asegurado.
Escaleras de mano siempre cortas, que cuando llegas arriba no tienes donde agarrarte y acabas echando mano al suelo o a lo primero que pillas. Pero cuando vas a bajar es aún peor. No hay forma de tirar el pie a ciegas para descubrir al tacto el primer travesaño y acabas de rodillas o cuerpo a tierra, lanzando la pierna al vacío y tanteando con ella hasta que toca y se posa. Y entonces las manos no tienen dónde ir… Ufff, qué miedo.
A veces, demasiadas veces, la improvisada escalera de mano era el costero de un andamio, demasiado corto y con los no-peldaños demasiado separados. Mejor dicho: eran dos costeros o marcos empalmados, con una holgura excesiva en su unión, y además contrapeados, uno con los palotes a la izquierda y el otro a la derecha. Un horror.
En la obra de una casa yo ya estaba harto de subir y bajar por ese peligroso e incómodo engendro. Me había subido ya bastantes veces a ver armaduras y demás, y por fin estaba la estructura terminada, pero la escalera seguía sin hacerse.
Le dije al albañil, por enésima vez, que se pusiera con la escalera. Era de zancas metálicas, muy fácil y rápida de ejecutar, y ya iba siendo hora de hacerla.
- Sí, enseguida. Uno de estos días.
- Me llevas diciendo eso desde que montasteis el primer forjado.
- Sí, sí. Ya me pongo con ella.
(Queridos lectores: No me acribilléis con la seguridad. Bastante sufrí yo, que además de responsable era torpe y temía por mí más que por nadie. Era hace muchos años, eran las pequeñas obras en los pueblos. Eso era lo normal. Incluso el aparejador, bastante más mayor, más ágil y más experto que yo, lo veía normal y tampoco insistía en ello).
A la siguiente visita estaban ya los tabiques bastante avanzados, pero la escalera seguía sin hacerse.
- ¿Pero no me dijiste que harías la escalera?
- Sí… Ya… Bueno…
- Deja de hacer tabiques y ponte a hacerla.
- No te preocupes. Mañana o pasado nos liamos con ella. En cuanto acabemos los tabiques.
- Que no. Que dejes los tabiques y hagas la escalera de una puñetera vez.
- No. De verdad. Déjame que termine los tabiques.
Ese nuevo tono de voz, esa mirada suplicante no se los había visto nunca antes. No entendí.
- ¿Pero por qué?
- Es que en cuanto hagamos la escalera sube la suegra.
Uff!!! Pensé que era la única que subía torpemente la escalera mientras los albañiles se aguantan la risa, me gusto mucho el post, saludos.
Muchas gracias.