A mi entender, la idea era disfrutar de los milagros exteriores desde la seguridad interior.
El modernismo se dio cuenta que se podía estar afuera pero adentro. No inventó el exterior, porque siempre estuvo allí, pero sí una manera de relacionarse, de calificarlo, de tenerlo en cuenta. Al involucrarlo a la experiencia arquitectónica se metió en los límites que lo separaban de la vivienda y complejizó esa línea que los divide, cuestionando su literalidad, su realismo y respondiendo mediante la abstracción. La línea que hicieron desaparecer arquitectos como Neutra o Paul Rudolph Schindler. Esa etapa significó una nueva actitud y un nuevo vocabulario para referirse a la arquitectura. Superada, hoy en día me pregunto: ¿qué puede ocurrir entre los límites de las funciones de una vivienda o entre los límites de cada una de las funciones de un edificio público? ¿Existe algún tipo de oportunidad allí?
¿Existe la posibilidad de transformarlos en la parte donde se resuelvan los futuros proyectos de arquitectura?
Construir situaciones, no espacio.
Revisando los proyectos de Richard Neutra, aparece un tipo de tensión o una idea de desprotección en los interiores de sus casas. En una rápido repaso por sus proyectos comprendo que mucho más interesante que estar totalmente fuera (o totalmente dentro) es estar en los dos al mismo tiempo o, mejor aún, poder disfrutar de las virtudes de uno, desde el otro. En un gran salto de escala, el SESC de Lina Bo Bardi, revela la misma idea: Ni en la ciudad ni en la playa. Un híbrido es más potente que el estado puro de las cosas. La lección es que un edificio en medio de San Pablo provoca que gente semidesnuda anime el sensato paisaje cotidiano de la ciudad, dotándolo de cierta incoherencia y tensión necesaria. Tanto para Lina Bo Bardi como para la alcaldía de París, de desnudar a la gente ya no se encargan solamente las playas.
Cada lugar o cada función de una vivienda se reconoce hábil para permitir el cómodo desarrollo de ciertos comportamientos o actividades relacionados a su propia especialidad. Casi nunca hay algo que incomode o cuestione ese valor. Siempre están bajo control. Un control o una sobreprotección muchas veces exagerada que niega cualquier posibilidad inusual de libertad. La libertad de un espacio, al parecer, termina donde empieza la libertad del de al lado.
Pareciera, también, que cada una de las actividades que ocurren en una vivienda o en un edificio público siempre tienden a estar protegidas por una mentalidad incapaz de soltarlas y de confiar en ellas y sus “habilidades sociales” para relacionarse. Esto reduce al máximo el potencial que pueda tener una para con la otra. En cambio, cuando una función deja de cuidarse de lo que otra pueda llegar a provocarle y evita así depender de su autonomía y se anima a trabajar en conjunto, surge un momento que sólo puede existir por asociación. Me refiero a una alianza arriesgada, como la que hace Rafael Iglesia en el Altamira de Rosario, que pone a prueba la convivencia de dos realidades opuestas: El ascensor y el balcón. El balcón no es ya un espacio cuya concurrencia se puede evitar, ahora es un lugar inevitable por el que pasar, un lugar de acceso. Esta confrontación de universos tradicionalmente separados es lo que al final estimula y beneficia a las funciones, creando nuevas novedades y renovando las expectativas de la arquitectura.
Cuando un espacio se alimenta de otro, nace un nuevo espacio anónimo, sin nombre, que frustra cualquier esfuerzo por ser denominado.
¿Es el proyecto Paris Plage una playa o qué es exactamente?
¿Cuenta la terraza del Altamira como Palier?
El mejor ejemplo no arquitectónico que puede resultar útil para quitarle abstracción a estas palabras son las competencias de ciclismo donde se lleva al extremo la proximidad entre mundos antagónicos pero que al final, esa intensidad es la que enriquece la experiencia. Allí no existen vallas o cualquier material que separe y cuide de la seguridad de ambas partes, sino que se apuesta por el roce, la interferencia, la interacción. El grado de intensidad o calidad de la experiencia depende exclusivamente de la proximidad que separe ambos mundos. No existe aquí ningún tipo de escudo que proteja a uno del otro. Pero, a diferencia del Tour de France, la arquitectura se considera experta en la fabricación de escudos que reducen los potenciales programáticos. Por ejemplo, un Palier de un edificio o un estacionamiento son claras evidencias de escudos, de segregación, de limitación. La confrontación de mundos antagónicos, de ser posible, significa la disolución de la función conocida y la aparición de un momento desconocido. Es reconocer la posibilidad de un beneficio mutuo.
En el Tour de France, por momentos, los espectadores se transforman en los protagonistas.
Yo veo ese futuro para la arquitectura. La oportunidad de repensar las interacciones entre programas. Simplemente es imaginar que el televisor del playroom puede verse desde el jardín o, mejor aún, desde la pileta del jardín. Tal vez sea un nuevo tipo de flexibilidad, ya no relacionado a las posibilidades de ocupación de un mismo espacio, sino a las posibilidades de asociación con otros espacios que expanda las formas conocidas y seguras de asociación. Poder fantasear con la idea de provocar nuevos efectos y ampliar el conocido abanico de ofertas de cada función, de cada espacio. El contraste potencia los efectos. Es entender que las funciones pueden adquirir nuevas responsabilidades, nuevas capacidades y tareas. Seguir encargándose de lo mismo de siempre pero sumándole complejidades. Imaginar espacios que ya no se valgan por su autonomía, sino por su voluntad y valentía para proponer nuevas y deseables asociaciones. Espacios que duden de los entornos conocidos. Funciones que compartan sus efectos con las demás.
Pero para ello hay que empezar por comprender el teatro de la vida cotidiana. Que en un edificio los balcones no son los únicos encargados de “sacarnos” afuera o que un balcón tal vez deje de ser un lugar al que hay que ir, un destino, y pase a ser un lugar por el que haya que pasar para ir a otro lugar, un lugar de paso. Incluso las piletas pueden ser algo más si se proyectasen en mayor proximidad a la vida diaria de una casa. Definir ese “algo más” puede ser el desafío de los futuros proyectos de arquitectura.
Cuando la función se transforma en momento
Por último, es importante volver al riesgo que deciden correr los organizadores de campeonatos de ciclismo porque ese peligro que atenta contra la seguridad de ambos mundos, espectadores y protagonistas, puede catapultarse hacia la arquitectura como un territorio libre para ser explorado con la mayor ingenuidad e inocencia posibles y quizás descubrir, como organizadores espaciales, nuevas responsabilidades.
Lo que sigue son simplemente algunos ejemplos que sirvieron de fantasía para el desarrollo de este pensamiento.
- El baño dentro del dormitorio de la Villa Savoye.
- El baño de la Villa Dall Ava que es al mismo tiempo un balcón.
- El living de la casa Gerassi de Mendes Da Rocha que acepta el ingreso de la lluvia al centro de la casa, algo así como un guiño al Panteón. En esa casa, la planta alta se concibió como una terraza y la planta baja como un gran estacionamiento capaz.
- En la película Mon Oncle de Jacques Tati, los Arpel miran la tele desde afuera.
- La escuela de Marcel Lods, aulas completamente abiertas mediante ventanas plegables que resignifican la idea de aula: estudiar afuera.
- Pierre Koenig, en la casa 21, estuvo a punto de entender que el auto podía convertirse en mueble, en un asiento más de la mesa del comedor, en reproductor de música y el estacionamiento en la expansión de ese comedor.
- El Clearview Community Recreation Center, sin palabras.
- La vieja confitería en la terraza del Aeroparque Metropolitano Jorge Newbery en Buenos Aires, sin palabras.
- La histórica pileta en el terreno para lo que iba a ser el Palacio de los Soviets en Moscú.
- El auditorio abierto de la biblioteca en Seattle de OMA.
- El Kunsthal.
- La pantalla gigante sobre el río para la transmisión del mundial de fútbol del 2006 en Frankfurt.
- Avenida Conscripto 100 de Sordo Madaleno.
- Titaan School de Herman Hertzberger.
- Magasins Generaux de Lacaton y Vassal.
- Willis Faber and Dumas Headquarters de Foster.
- Center for the Creative Arts de Diller Scofidio.
Sobre el Autor: Jerónimo Cassaglia
Estudiante del último año de arquitectura en la universidad de Buenos Aires, FADU (UBA). Como futuro arquitecto considero que con el lenguaje constructivo no alcanza, por lo cual, resulta necesario e indispensable el dominio de las palabras. Una obsesión personal me llevó a estudiar las vallas publicitarias en relación a la arquitectura, encontrado en el camino, un cambio de actitud posible que puede reposicionar a la arquitectura, y a los arquitectos.
- Nota de COSAS de ARQUITECTOS: Puedes ver una revisión y ampliación de este otro post sobre Choques Funcionales.
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