- Nota de COSAS de ARQUITECTOS: Este artículo es una revisión, o segunda parte, de este otro artículo.
Choques funcionales
O cuando la función se transforma en momento
Terraza del Aeroparque Jorge Newbery, Buenos Aires.
Harán ya, no sé, ciento veinte… ciento cuarenta…, quién sabe, varios años desde que unos arquitectos descubrieron que era posible estar afuera, pero adentro. Lo cierto es que fueron capaces de iniciar una fascinante exploración (aunque, por momentos, tal vez un tanto cínica) en torno a las posibilidades de complejización de una línea asumida perpetua. Hasta que un día, lo que supo ser inédito se tornó común.
Hoy, que el verdadero poder de aquellos incipientes diagramas ya ha sido asimilado, me pregunto qué podría ocurrir ya no entre interior y exterior, sino entre interiores… o entre entidades que resultan, en principio, contradictorias e irreconciliables, y cuya legitimidad arquitectónica pareciera depender exclusiva y eternamente de la fiel imitación.
Me preguntaba qué, digamos, luego de Frank Lloyd Wright y compañía.
Proyecto Paris Plage.
Recientemente me he dado cuenta de que aquello que me atraía de ciertas obras de arquitectos como Richard Neutra, no era precisamente lo que yo suponía. Lo que verdaderamente me alucinaba, pero que en ese momento me era imposible de expresar, era más bien el incesante candor y optimismo con el que esas obras eran concebidas. Años después, y visto de este modo, puedo sentirme mucho más comprensivo de los impulsos que guiaban aquellas fantasías. Puedo, ahora, incluso, disfrutar detectando en ellos signos de una obsesiva búsqueda de pequeñas dosis de vulnerabilidad. Debe ser a través de ellos que pareciera ser más significativo estar en distintos lugares a la vez que estar en uno o en otro; justo donde las identidades entran en conflicto y se vuelven menos puras y más débiles, pero sobre todo más confusas; siendo la confusión, a su vez, un estado, una condición, más bien, la cual me resulta fascinante de comprobar últimamente en otras escalas. Por ejemplo, en el proyecto Paris-plage. Un plan que va desde Julio a Agosto y que es algo así como una “playa” a “orillas” del río Sena. En última instancia, lo que revelaría sería que París quizás deja de ser (tan) París y pasa a ser algo que es muy parecido, extremadamente parecido, de hecho, pero con toneladas de arena en su centro… Y, del mismo modo, la calle al costado del Sena, que no pretende ser una playa, sino simplemente parecerse a su idea. Es decir, el carácter oficial, certificado, homologado de los espacios, se vuelve, al menos por un tiempo, difuso. Removida la arena, tanto el borde del Sena como París mismo, reaparecen como tales nuevamente.
Seattle Public Library, proyecto de OMA.
No deja de ser, de cualquier manera, un proyecto que veo y vuelvo a ver, y el cual me insiste en que piense que las distintas entidades que participan del contexto logran, a pesar de sus desequilibrios, colaborar entre sí, al ceder sus propiedades sin precaucion alguna.
Pero es un extraño romance el que aún mantienen los arquitectos con la pureza…con la autenticidad…con todo aquello que, al fin y al cabo, recuerde a consenso. Un romance ejercido, aunque no declarado (por lo menos hasta donde tengo entendido); un impulso inconsciente, sintomático, de mecánicamente segregar y preservar identidades. Si detrás de esta especie de compulsión ha de existir un motivo, un verdadero motivo, me inclino a creer que no puede tener que ver sino con la laboriosa manipulación de funciones hasta el punto en que se encuentren, infaliblemente, blindadas, a salvo; quedando de esta manera inmunizadas ante cualquier posible amenaza de contaminación que pudiera interferir en ellas y corromper sus (supuestos) valores tradicionales (¿la arquitectura reducida a una mera promesa de familiaridad?).
Piscina Moskvá.
¿Pero acaso no constituía todo aquello una fundamental fuente de orgullo arquitectónico hasta hoy?
En este sentido, al observar ciertos proyectos, casi como que se revelara a menudo que una especie de mente superior padeciera de una profunda adicción por la sobreprotección de usos y funciones; incapaz de solo dejarlos…solos…por ahí…desarmados…; fanatizada por su blindaje y convencida de que ese arduo oficio, esa ardua tarea, al final será la garantía tanto de su validez como de un (tipo de) éxito (aparentemente) irresistible y unánime; perpetuamente destinada a sacrificar, en favor de la identidad, oportunidades de complicidad programática sin precedentes; orgullosamente privada de alucinar con increíbles e inéditos modos de sinergia, con insospechadas tolerancias programáticas.
Titaan School, de Herman Hertzberger.
A medida que pasa el tiempo, sigo intentando descreer de que la libertad de una función o actividad dada inevitablemente se agotará donde comience la del de al lado. Creo que no dejan de existir bellísimos proyectos alineados con un tipo de sensibilidad más permisiva y menos restrictiva en términos programáticos. Pienso, por ejemplo, en el edificio para la BBC, de David Chipperfield… o en la gigantesca piscina que hubo alguna vez en el centro de Moscú… o en el auditorio en el centro de la planta de la Biblioteca pública de Seattle, de OMA… o en una escala más chica, se me ocurre la casa Conscripto, obra de Sordo Madaleno. Y en este sentido, recientemente tuve la suerte de dar con un hermoso proyecto de una escuela en Hoorn, diseñado por Herman Hertzberger, cuya distribución funcional me resultó, por lo menos, imprudente. Espectacularmente imprudente e irresponsable, debería decir. Allí ocurre un verdadero espectáculo de colapsos de complejas intensidades funcionales, tan valientemente desparramadas por el edificio que acaban sugiriendo un amplísimo abanico de posibilidades inimaginadas de beneficios mutuos. Sorprende que algunos de los programas del edificio se presenten entre despojados y descuidados, y definidos tan solo con unos mínimos rasgos de manera que les permitan ser, mínimamente, identificados; vulnerables y cediendo sus efectos (en vez de retenerlos individualmente) se resignan a alcanzar estados de máxima pureza, por demás conocidos, prefiriendo, en cambio, desprenderse de sus fisonomías ad hoc. para poder alterarlas y así alentar ciertas reacciones que no podrían provenir sino de una especulación con la renovación de vínculos; vínculos, por decir así, forzados, artificiales.
Skyway Golf Course.
Pero a decir verdad, quizás sea el edificio Altamira, de Rafael Iglesia, el que más me guste: Podría afirmarse que el lote resultaba, a primera vista, demasiado pequeño. Sobre todo para imaginar una torre sobre él. Por lo tanto, una revisión de los automatismos, prioridades y roles funcionales tradicionales parecía necesaria para poder testear posibles beneficios de una complicidad entre dos instancias siempre separadas por la cultura: la del ascensor y la del balcón; donde la segunda finalmente adquiere una responsabilidad que (al menos desde que la humanidad construye edificios) no le pertenecía. Renuncia así a ser un espacio cuya concurrencia puede ser prescindible y opcional, para volverse uno por el cual es inevitable pasar… un acceso, de hecho.
Willis Faber and Dumas Headquarters, de Norman Foster.
A propósito de todo esto, ¿alguien ha tenido la fortuna de presenciar o tan solo ver la emocionante belleza de una competencia de ciclismo, como el Tour de France, por ejemplo?
Estadio Pedro Bidegain, Buenos Aires.
Quienes sean los organizadores de este tipo de eventos no podrían dejar más en evidencia la reiterada confianza que depositan en las interferencias y confrontaciones y, del mismo modo, el profundo desprecio que sienten por las nociones de resguardo y tranquilidad. Los espectadores se encuentran, por poco, y sin exagerar, abandonados al azar del destino. Quizás porque no hay arquitectos involucrados es que no se hallan manifestaciones grandilocuentes de elementos que sugieran división o aislamiento, cuya función principal no sería sino otra que la de garantizar seguridad a los actores involucrados… En cambio, los organizadores de campeonatos de ciclismo (tanto menos prejuiciosos que los arquitectos y mucho más permisivos e irresponsables) descubrieron, precisamente hace ciento veintiún años, que el nivel de excitación y adrenalina que promoviera una carrera dependía más de la fricción e influencia entre atletas y espectadores que de la carrera per se. Y, para colmo, estos negligentes personajes anónimos además contemplan en sus esquemas posibles accidentes (aunque solo en el peor de los escenarios), pero cuyo temor, lo saben perfectamente, jamás será mayor a la adrenalina por desafiarlos…Por lo tanto, me gusta pensar que la genialidad oculta detrás de todo esto se debe sencillamente al argumento que lo soporta, o sea al hecho de que entidades tan distintas (público y protagonistas) hayan acordado un pacto de convivencia tan fascinante.
The Contemporary Resort, de Welton Becket and Associates.
Pero aquello pertenece al universo de las competencias de ciclismo, y hasta donde sé los arquitectos no organizan ninguna competencia de ciclismo; organizan, habitualmente, espacio. Y tal es así que se ha vuelto una suerte de imposición cultural ser un experto en la división, en la “pared”, de manera tal de poder llenar un plano entero, más o menos… grande… chico… básico… complejo…, mediante líneas.
Tour de France.
De cualquier modo, me gusta creer que todavía hay algo allí, en lo compleja que aún puede ser la relación entre esas líneas, y donde sea posible descubrir nuevos modos de libertad que se deriven de alianzas programáticas renovadas; una oportunidad para redirigir las expectativas hacia donde las líneas se cruzan, se tocan y se solapan, en vez de continuar corroborando la paz y la seguridad que, quizás sin comprender bien del todo, la arquitectura aún reproduce. Si tuviera que proponer un último proyecto de mi libreta de notas, preferiría limitarme a decir:
“The streets in the air”… ¿o cómo era exactamente que ellos lo decían?
Casa Conscripto, de Sordo Madaleno.
Tal vez, al final, lo que verdaderamente importe no sea tanto la resonancia, el eco de unas funciones dadas, sino la relación entre ellas; el reconocimiento de oportunidades inéditas de influencia mutua. A pesar de lo aburridas…entusiasmantes…ambiciosas…mediocres que esas funciones puedan sonar. Y puede que sea más importante, incluso, que aquello que llamamos, y que tanto nos gusta llamar, ¿no es cierto?, edificio.
Choques funcionales
O cuando la función se transforma en momento
Sobre el Autor: Jerónimo Cassaglia
Estudiante del último año de arquitectura en la universidad de Buenos Aires, FADU (UBA). Como futuro arquitecto considero que con el lenguaje constructivo no alcanza, por lo cual, resulta necesario e indispensable el dominio de las palabras. Una obsesión personal me llevó a estudiar las vallas publicitarias en relación a la arquitectura, encontrado en el camino, un cambio de actitud posible que puede reposicionar a la arquitectura, y a los arquitectos.
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