© Ángel Luciano
Hay en Madrid obras brutalistas menos conocidas que las muy instagrameadas Torres Blancas (que llevan camino de convertirse en otro icono de la ciudad) o la polémica Torre de Valencia de Javier Carvajal. Hablando de este arquitecto enamorado, como Óscar Niemeyer, de las posibilidades constructivas y expresivas del hormigón, suyo precisamente es también el proyecto que heredó y que nos ocupa ahora, el del nuevo Parque Zoológico de Madrid, que se construyó entre 1968 y 1972 en un terreno de 20 hectáreas de la Casa de Campo (al final fueron solo 16) y que venía a sustituir a la vetusta Casa de Fieras del Parque del Retiro.
Eran otros tiempos, otra mentalidad, otra sensibilidad y, sobre todo, otra estética. El proyecto inicial se debió al arquitecto catalán Jordi Mir Valls, ganador del concurso convocado a tal efecto y asesorado por el entonces director del zoo de Barcelona, Antoni Jonch i Cuspinera. Después de una primera fase que duró un año, el proyecto pasó al arquitecto Javier Carvajal, asistido por Julián Colmenares, que trabajó con los técnicos de la empresa constructora Comylsa (como el ingeniero de caminos Antonio Lleó de la Viña, dueño de la constructora) y otros artistas. A Javier Carvajal, por tanto, le debemos el desarrollo y aspecto definitivo del zoo de Madrid, con una concepción integral y paisajística del conjunto, utilizando principalmente el sobrio hormigón como material, con una estética vanguardista y un equipo multidisciplinar bajo su coordinación.
© Julian Colmenares
El nuevo zoo presentaba un ambicioso diseño unitario que mostraba unas instalaciones punteras que contaron con el asesoramiento de los mejores expertos (entre ellos Félix Rodríguez de la Fuente, entonces en la cresta de la ola con su serie Fauna Ibérica) y la colaboración de dos escultores, uno de ellos José Luis Sánchez, que dijo posteriormente en una entrevista:
“Yo hice una maqueta enorme de la casa de los osos y se llegó a hacer un trozo, no se hizo completa. Subirachs sí hizo una cosa en pendientes para los tigres. Y bueno, pues se quedaron muy contentos de aquello”.
La casa de los osos fue luego modificada con decorados de cartón piedra, mientras el cobijo para leones y tigres diseñado por Subirachs (autor de una fachada de la Sagrada Familia) se mantuvo más o menos igual, a pesar de los pegotes kitsch esparcidos por todo el complejo desde entonces. En las instalaciones para muflones y cabras, otra de sus intervenciones, Josep María Subirachs planteó el diseño de tres zigurats rodeados de rampas helicoidales ascendentes, mientras que para las segundas crea un recorrido en zigzag en elevada pendiente y que remata con un refugio para los animales, recintos que también se respetaron. Otros no se libraron y fueron tematizados con el tiempo, añadiéndoles parafernalia extravagante como las «columnas egipcias» o los «ídolos sudamericanos» en el recinto de los elefantes asiáticos. También desapareció el autotrén original (que había servido a Franco para desplazarse con dos de sus nietos por el interior el día de su inauguración, el 23 de junio de 1972) y que se pensaba complementar con un monorraíl elevado y un crucero de la selva, con capacidad para 25 personas, que surcaría un canal de 500 metros de largo y 9 de ancho que aprovechaba el cauce del arroyo Meaques, uno de los dos que atravesaban el parque.
© Julian Colmenares
La parte inaugurada en 1972 (de hecho en 2022 celebraron su 50 aniversario) correspondía a la fauna de Europa, África, Asia y Oceanía. El recinto original (sucesivamente ampliado con delfinario y Aquarium en los años 80 y 90) exhibía más de 2.500 ejemplares que vivían en amplios recintos sin rejas, separados del público por anchos fosos cuando no por barras verticales de acero diseñadas por el mismo Carvajal. Además, las construcciones lucían exquisitos acabados: sus cuidados hormigones encofrados, que el arquitecto dibujaba minuciosamente en sus planos, eran infrecuentes en aquellos años setenta en España. La técnica es impecable en su ejecución, resolviendo de paso todos los requerimientos funcionales del parque, sin recrear falsas escenografías para los animales sino lugares abstractos entre la escultura y la arquitectura que se integraban sabiamente en el entorno, exhibiendo un lenguaje arquitectónico de enorme plasticidad y vinculando arquitectura y lugar, dando lugar a un conjunto armónico. En contraste, las dependencias destinadas al público o al personal del parque, (recepción administración, restaurantes…) se construyeron en ladrillo.
Toda la Casa de Campo, incluyendo el zoo, fue declarada BIC (Bien de Interés Cultural) en 2010, aunque el proyecto original de Carvajal se pretende recuperar en su prístino esplendor; al fin y al cabo, no deja de ser una obra curiosa -y capital- del Brutalismo madrileño. Algunos visitantes no lo entienden porque “hay demasiado hormigón”. Hay planes de ponerle más vegetación al cemento, naturalizarlo más, pero hasta ahora ha quedado en eso, en planes. Curiosamente, entre los elementos a rehabilitar no se incluye la vegetación que, con el paso del tiempo, ha conquistado las estructuras de Carvajal, cosa que él buscaba. Hay gente que prefiere otro tipo de parques, más a tono con los tiempos, más ‘modernos’ (lo que son las cosas), más Bioparc (como el de Valencia), reinventando una vez más el concepto. Habrá que ver finalmente cómo se recupera el aspecto original de lo diseñado por Carvajal, que fue el súmmum vanguardista en su día, que aún hoy sufre de incomprensión pero que hay que restaurar y preservar.
Sobre el autor:
David Pallol Font (madrileño a pesar de sus apellidos) es autor de Madrid Art Decó (que surgió del blog del mismo nombre) y de Construyendo Imperio, editados por La Librería.
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