Imagen de la exposición – © Borja Lomas Rodríguez
El futuro es ayer
El parisino Centro Pompidou explora seis décadas del visionario trabajo de Norman Foster en la mayor retrospectiva de ideas y proyectos del arquitecto.
En realidad, la exposición comienza antes de entrar, caminando desde Les Halles cuando se aprecian, a lo lejos, el abigarrado andamiaje de cerchas y tirantes metálicos del Centro Georges Pompidou, con su teatral escalera de tramos rojos que recorre la fachada principal y que conforma toda una escenografía de la vida cultural de la ciudad.
A pesar de los más de cuarenta y cinco años que han transcurrido desde su construcción, el edificio del Pompidou sigue ofreciendo una vibrante imagen que resuena sobre el clasicismo del corazón de Paris y que conforma, el mejor marco para explicar el trabajo del prestigioso arquitecto británico. En el espacio más emblemático del museo, la Galerie 1, continente y contenido se funden felizmente en esta exposición, arquitectura high tech para albergar las tecnológicas arquitecturas imaginadas, construidas o soñadas por sir Norman Foster (Mánchester, 1935), quien obtuvo el premio Pritzker en 1999.
Foster siempre ha expresado su admiración por este edificio describiéndolo como un icono del siglo XX. Diseñado por Richard Rogers y Renzo Piano en los años setenta, fue el propio Rogers, premio Pritzker en 2007 y fallecido en 2021, su primer socio. Tras conocerse como estudiantes en la Universidad de Yale, fundaron en 1963 el estudio de arquitectura Team 4, junto a las arquitectas Su Brumwell y Wendy Cheesman. Una colaboración breve que apenas duró cuatro años, pero donde desarrollaron conjuntamente proyectos que sirvieron para cimentar ideas alejadas de los prejuicios estéticos de lo convencional y la conformación de una actitud, siempre abierta al campo de la tecnología y la innovación, que ha guiado posteriormente las exitosas carreras profesionales de ambos arquitectos.
Según explicó en una entrevista en la BBC, para Foster el Centro Pompidou fue “un gran ejemplo de cómo puedes liberar el espacio interno y hacerlo flexible al sacar todas las cosas que no necesitan estar adentro”, una solución que ya exploraron juntos en la construcción de la fábrica de Realiance Controls (1966) en Swindon o especialmente en el proyecto no construido de la escuela en Newport, donde todo el entramado de instalaciones, maquinaria y la estructura que lo sustenta, se lleva al exterior del edificio liberando así el interior. Una gran cubierta técnica que acogía todo un gran espacio diáfano con posibilidades indeterminadas de configuración y que podía, mediante la disposición de paneles divisorios, adaptarse fácilmente a las cambiantes necesidades que depara el futuro.
Es aquí donde reside una de las mayores preocupaciones de la arquitectura contemporánea, el irresoluble nudo gordiano de cómo responder con la inevitable estabilidad que requiere todo lo construido, a la inestabilidad y dinamismo de las acciones humanas. No es de extrañar que Foster haya adoptado como el leitmotiv que preside todo su trabajo la sentencia de Heráclito: “Lo único constante es el cambio”, alentando de esta manera, la búsqueda de soluciones precisas ante un mundo fascinante donde “panta rei”, todo fluye y cambia incesantemente.
Fotografías de viajes de Norman Foster – © Borja Lomas Rodríguez
La exposición, diseñada por el propio Foster y comisariada por el filósofo y conservador jefe de Arquitectura y Diseño del Centro Pompidou Frédéric Migayrou, establece un recorrido que explica el proceso creativo del arquitecto, entremezclando caóticamente los elementos que define como sus fuentes de inspiración: la propia arquitectura, las ciudades y los lugares, las infraestructuras, el diseño industrial de objetos, máquinas o vehículos; el arte y lo que denomina como “héroes”, esto es, profesores que le han influenciado o arquitectos que establecieron nuevos caminos en la historia de la arquitectura. Para Foster la creación surge de la exploración y búsqueda de conexiones entre estos diferentes campos, entendiendo la arquitectura como una respuesta holística donde confluyen ideas de muy distintas procedencias, hija impura de una realidad diversa y compleja.
La primera sala que recibe al visitante muestra esta inabarcable confluencia de ideas que la mano de Foster, a modo de sismógrafo de sus pensamientos e inquietudes, plasma sobre el papel. Numerosos dibujos y planos pueblan las paredes; bocetos, notas y apuntes se acumulan en cuadernos bajo las vitrinas alargadas, una atmósfera que recuerda a los antiguos gabinetes de curiosidades. Esta sala es una metáfora de la mente del propio Foster, según ha expresado Frédéric Migayrou. No podía ser de otra forma que convocar el mundo intelectual del arquitecto que, a través de sus dibujos, realizados por su mano, tan característicos y representativos de Foster y su manera de hacer. Pero especialmente porque, como menciona Luis Fernández Galiano, “fue gracias al lápiz y a su mano izquierda cómo un chico de un barrio pobre de Manchester llegó a ser el arquitecto más poderoso del planeta”.
Es revelador que unos de sus primeros dibujos cuando aún era estudiante de arquitectura, en lugar de ser un edificio clásico, fuese un molino de viento seccionado, una autopsia gráfica donde Foster analiza las piezas que lo componen, la articulación de sus diferentes elementos, la disposición de los engranajes que traducen el viento a una fuerza rotatoria. Apreciamos que detrás de este dibujo hay una persona que no solamente quiere representar o describir un molino, sino que quiere comprender cuál es su mecanismo de funcionamiento, desentrañarlo analizándolo gráficamente.
Observando sus bocetos, notas y planos, llama la atención la versatilidad y el pensamiento multiescalar del arquitecto, junto al dibujo de un rascacielos nos encontramos con el diseño de unas monturas de gafas plegables, un aeropuerto junto con la idea de integrar un porta-trajes que abrace la maleta y poder transportarlo con un solo brazo, un viaducto de gigantescas dimensiones y el diseño de un estilizado candil; y aviones, muchos aviones, siendo Foster un consumado piloto, los aeroplanos aparecen con frecuencia en sus dibujos, sobrevuelan su pensamiento desplegando unas mismas lógicas que con su arquitectura: al igual que las formas aerodinámicas de las alas del avión, también deben serlo los rascacielos, al ser también estructuras enfrentadas al empuje del viento.
Quizás sea ésta la característica más representativa de su arquitectura, las formas y disposiciones de los elementos que configuran los edificios, al igual que en los vehículos y los aviones, responden a unas necesidades y funciones concretas, unas lógicas internas que encuentra su más feliz resultado cuando ofrecen, sin menoscabo de su utilidad, una estética atractiva; es decir, la aspiración de amalgamar la precisión funcional de lo mecánico y el sensual velo de la belleza.
Una de sus primeras realizaciones, el proyecto The Cockpit (1964), todavía firmado por el Team 4, ejemplifica esta deseada unión entre las aspiraciones estéticas y funcionales, los avances de la ingeniería puestos al servicio de la arquitectura. The Cockpit es una pequeña construcción, apenas una sala de estar, que traslada las formas y la estructura de la cabina del avión de combate Hawker Hurricane de la Royal Air Force. En un bosque, a orillas de un lago, la cabina acristalada se posa sobre un caparazón semienterrado de hormigón, sirviendo como un mirador escondido para disfrutar las regatas y las vistas al paisaje natural circundante. A pesar de su reducido tamaño, este tecnológico Cabanon, contiene ya el germen de lo que serán sus futuros proyectos, todo un manifiesto que anticipa las posteriores reflexiones de Foster sobre el potencial arquitectónico de la tecnología para la creación de un espacio humanizado.
Imagen de la Exposición – © Borja Lomas Rodríguez
Esta admiración por la máquina como fuente de inspiración para la creación de las nuevas formas de la arquitectura posee un claro precedente en Le Corbusier, y así lo muestra Foster incluyendo en su biblioteca personal su icónico libro Hacia una arquitectura (Vers une Architecture, 1923), obra fundamental para el impulso de la arquitectura moderna y en el que paradójicamente aparecen más imágenes de barcos, aviones y coches que de edificios. Su tributo al maestro suizo también se manifiesta con el Avions Voisin C7, el coche que perteneció a Le Corbusier y que se expone junto el prototipo Dymaxion, el vehículo de tres ruedas diseñado por quien fue otro de sus más importantes referentes, el visionario arquitecto e inventor norteamericano Richard Bukminster Fuller.
Maquetas de Estudio de la Cúpula de Reichstag, Berlín. – © Borja Lomas Rodríguez
Foster colaboró con Fuller en investigaciones y proyectos —ninguno de ellos construidos— como el Climarotroffice (1971), una utópica ciudad-edificio envuelta por una gran cúpula geodésica; el Teatro Samuel Beckett (1971), una sala enterrada con forma de pastilla de jabón que parece sacada de las películas de James Bond o las Maison Autonome (1982), unas cúpulas nervadas de 15 metros de diámetro y que serían aerotransportadas por helicópteros consiguiendo viviendas, o más bien, una serie de hábitats con microclimas controlados que pudieran depositarse en cualquier lugar. Estos proyectos, que a primera vista pudieran parecer un tanto naif o más bien pertenecientes al mundo de la ciencia-ficción y, sin embargo, atisbamos la enorme influencia que proyectaron sobre edificios que Foster construiría más tarde, como la gran cúpula transparente del Reichstag (1999), con su rampa helicoidal que se eleva sobre Berlín y que parece desafiar a la gravedad; la cubrición acristalada del patio del Museo Británico (2000); o el caparazón orgánico que cubre la nueva Biblioteca de la Universidad Libre de Berlín (2005).
Colgado del techo, un enorme planeador blanco sobrevuela maquetas y proyectos y, bajo sus alas, se reparten diversas esculturas adquiridas por Foster. Todas ellas de reconocido valor, emblemas de las vanguardias y que conforman hitos del arte moderno: el famoso bronce de Umberto Boccione y su relación con la velocidad que querían expresar los futuristas italianos, o la escultura Pájaro en el espacio de Brancusi cuyas curvas aerodinámicas dialogan con las formas de las máquinas. La pieza de Sol LeWitt, pionero el arte conceptual, con su forma de retícula que se eleva en el espacio, establece una evidente vinculación con la maqueta del rascacielos para la futura sede de JP Morgan, al igual que la enorme Columna sin fin, también de Brancusi, con sus formas romboidales superpuestas se relaciona con la estructura de Torre Hearst construida en 2006 en Nueva York y que sigue la misma lógica constructiva de seriación que presenta la escultura de madera.
Estos vínculos entre arte y arquitectura que despliega la exposición evidencian su arcana relación simbiótica —o más bien parasitaria— entre las formas artísticas y la generación de arquitecturas que buscan otorgarlas sentido de utilidad, el motivo que justifique el denodado esfuerzo de su construcción, porque, como decía el arquitecto Javier Carvajal, la arquitectura es un “arte con razón de necesidad”.
Imagen de la Exposición – © Borja Lomas Rodríguez
Una colección de maquetas se dispone acertadamente junto al cerramiento de vidrio del Pompidou, estableciendo un bonito diálogo entre las obras de Foster y el skyline de Paris. Como unas construcciones más sobre la ciudad, destaca la maqueta del elogiado edificio del Banco HSBC de Hong Kong (1986), un edificio clave en la internacionalización de Foster+Patners. Influenciado seguramente por el exoesqueleto del Pompidou, para el edificio del Banco, Foster invierte la tipología clásica del rascacielos, de soporte con núcleo interno y lo saca al exterior, le da la vuelta al edificio, mostrando en sus fachadas, como un mecano gigante, las estructuras a modo de grúas superpuestas que lo sustentan. De esta manera se libera el espacio interior y le permite vaciarlo para crear un enorme atrio sobre el que vuelcan las oficinas, facilitando así la conexión visual entre los empleados.
Como una escultura más nos encontramos la maqueta del mástil amarillo del Centro de Renault (1982). Se trata de una columna de la que parten unos largos brazos atirantados como si se tratase de la estructura de un paraguas dado la vuelta. El edificio se estructura en base a la repetición y unión ordenada de estas piezas, creando así una gran sala hipóstila para albergar los usos industriales de la compañía francesa. La estructura de vigas en forma de paraguas permite perforar en la cubierta unos lucernarios que hacen que la luz natural entre en el edificio rítmicamente. Aunque no parezca algo sorprendente, la creación de grandes espacios a través de módulos estructurales es otra de las grandes aportaciones de Foster y que ha servido para cambiar la tipología de edificios, en especial, los nuevos aeropuertos por lo que solemos transitar sin apenas apreciar el gran avance que ha supuesto.
El antecedente está en uno de los seis aeropuertos de la ciudad de Londres, Stansted, terminado en 1991 y donde Foster crea un nuevo módulo de paraguas que permite salvar grandes luces y crear una cubierta liviana que permita captar la luz natural. Situando todas las instalaciones del aeropuerto, las cintas transportadoras y la infinidad de sistemas infraestructurales que requieren estos edificios en el sótano, hace que las personas puedan disfrutar de la luminosidad y los espacios diáfanos bajo la cubierta ligera. Quien conozca las terminales del aeropuerto de Madrid puede entender fácilmente estos dos conceptos y la gran innovación que aporta Foster. La diferencia entre la antigua terminal T1, con los convencionales fasos techos y forjados, y la sensación espacial que brinda la nueva T4, —por cierto, realizada por Richard Rogers en colaboración con el Estudio Lamela—.
El aeropuerto de Hong Kong (1998) y el nuevo internacional de Pekín, uno de los edificios más grandes del mundo con sus 3,5 km de largo y un área de 130 hectáreas de cubierta, —aproximadamente 130 campos de fútbol, en el sistema de medida patrio— son proyectos que continúan la estela de Stansted, con cubiertas livianas y de extrema ligereza —es fácil caer en la manida metáfora del avión o de las aves tratándose de aeropuertos—, pero llevando la lógica de repetición de un módulo estructural hasta la extenuación de los interminables recorridos para los embarques de los aviones.
Es en estos proyectos megalómanos como el de Pekín o los que está desarrollando en oriente medio, donde vemos que la presentación de Migayrou de la obra de Foster como gran iniciador avant la lettre de la sensibilidad ecológica y la sostenibilidad actual, parece fisurarse más. Desde rascacielos de vidrio por todas sus caras sin discriminar orientaciones hasta el diseño de grandes yates de lujo, intuitivamente, no parece corresponderse la realidad con una aspiración real de la reducción de emisiones de CO2 ante la emergencia climática. En tan prolífica carrera, con tal diversidad de obras y proyectos, englobar todo en la etiqueta de lo ecológico resulta algo reduccionista, por más que algunos de sus proyectos basen su desarrollo en una reducción de la demanda energética.
Maqueta del Edificio Banco HSBC de Hong Kong y el skyline de París. – © Borja Lomas Rodríguez
Creo que más interesantes son las tres grandes aportaciones que considero que Norman Foster lega al mundo de la arquitectura: la integración social a través de la configuración del espacio, las nuevas tipologías arquitectónicas, y su confianza optimista en el futuro.
Esa sensibilidad social aparece ya desde sus primeros proyectos como el centro administrativo para Fred Olsen (1970) donde crea espacios no jerarquizados, más democráticos, en los que trabajadores y oficinistas se mezclan, jefes y subalternos trabajan en espacios compartidos; o el Museo de Sainsbury (1978) en el que visitantes, investigadores y restauradores de arte participan también un espacio común, favoreciendo la transmisión de ideas y conocimientos. Foster muestra un fructífero anhelo por mejorar el espacio cotidiano de las personas, todo lo que nos rodea, y ofrece, a través de la arquitectura, espacios que favorezcan el encuentro y la celebración de lo social.
Como mencionamos más arriba, cobra gran importancia la creación o renovación de tipologías de edificios como han sido en el caso de los aeropuertos. Su sistema de planta porticada con cubierta ligera sobre la planta de instalaciones, se han conformado como el mejor modelo que ahora los arquitectos para el diseño de nuevos aeropuertos, como se puede apreciar por todo el globo. También destaca su sensibilidad a la hora de actuar en edificios antiguos o entornos con una gran carga histórica, realizando obras que, sin renunciar a un lenguaje contemporáneo y actual, respetan y destacan el valor cultura de las arquitecturas de pasado.
Por último, es de enorme valor la confianza y optimismo que muestra Foster en el futuro, frente a la visión distópica de un futuro de tinieblas que parece caer sobre el momento actual, la actitud visionaria y confiada de Foster, empuja y alienta a la innovación a las siguientes generaciones. Si una retrospectiva parece siempre hablar de una nostalgia por el ocaso de un tiempo o una época que desaparece, la mirada atenta a la obra de Norma Foster convoca a seguir sus enseñanzas, a la búsqueda de nuevos caminos y soluciones para forjar un futuro mejor.
En esta retrospectiva Foster, a través de su trabajo, nos ofrece una bella lección: en un mundo donde todo cambia, la mejor manera de predecir el futuro es construirlo. Lanzar una mirada optimista ante el futuro que se abre ante nosotros y, a las puertas de que la inteligencia artificial invada todos los campos de la vida, estar atentos para construir máquinas que se aproximen más a lo humano. La arquitectura, como vínculo, deberá establecer nuevas relaciones con la tecnología, como ya mostraban los primeros proyectos de Foster, porque el futuro era ayer.
Sobre el Autor:
Borja Lomas Rodríguez
Arquitecto (2002) por ETSAM. Máster en Proyectos Arquitectónicos Avanzados (2015, Calificación Sobresaliente) y Doctor Arquitecto (2022, Calificación Sobresaliente Cum Laude). Su Tesis Doctoral, Arquitecturas Antifrágiles. Capas tácticas de entropía productiva se centra en el análisis de la arquitectura y las diferentes metodología del proyecto arquitectónico en un entorno de incertidumbre, usando elementos negativos como fuerzas catalizadoras para la creación arquitectónica.
Cofundador del estudio Voluar Arquitectura slp (2006), ha construido obras entre las que destacan el Edificio Dotacional-Comisaría Fuencarral-El Pardo (2008), 368 Viviendas VPO en Getafe (2009), 81 Viviendas VPO y Comedor Social en Móstoles (2006). Actualmente está en desarrollo la Rehabilitación del Edificio Banco de España como futura sede del museo Reina Sofía (MNCARS) y Archivo Lafuente en Santander.
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