El Brutalismo, tal y lo conocemos (hubo antecedentes antes, en los años 50, de papá Le Corbusier, cómo no) nació en Reino Unido de la mano de un puñado de visionarios arquitectos, socialistas en su mayoría, que querían reconstruir un país devastado por los bombardeos de la guerra, desterrar como seña de identidad la grandilocuente y recargada arquitectura victoriana, con su popurrí de estilos historicistas, y dar vivienda social a una masa de trabajadores y sus familias que antes del conflicto malvivía en slums. De esta manera surgió allí el brutalismo en su versión más bruta, extendiéndose a otros países y floreciendo en los años 60 y 70. Hoy es un estilo con sus partidarios y detractores, en el centro de un debate interminable:
¿Era necesaria?
¿Es estéticamente valiosa?
¿No es demasiado marciana, abrumadora, rompedora, fea?
El Brutalismo está más cuestionado que nunca, produciéndoles a muchos grima cuando no abierto rechazo. Con obras maestras indiscutibles y otras, como la pagoda de Fisac que tristemente han sucumbido a la piqueta. Esto es así porque la visión utópica no tardó en volverse distópica, como pronto se vio en películas como La naranja mecánica en que el complejo Thamesmead Estate es lo que se ve detrás cuando Alex arroja al río, después de golpearlos, a un par de sus drugos. La expresión concrete jungle para estas escenas de ley de la jungla venía que ni pintada. No es la única aparición estelar del estilo: en realidad es el decorado de toda la película. Para, por ejemplo, la golpiza que la pandilla inflige al escritor y su esposa después de colarse en su mansión, Kubrick utilizó dos obras relevantes del estilo: para los exteriores, la casa New House de Stout y Lichtfield (1964); para el interior, la casa Skybreak House, diseñada en 1966 por Team 4 . Pero esto no es todo: cuando Alex es finalmente capturado, se le lleva al Ludovico Medical Clinic donde se le trata de reciclar en una escena icónica, en realidad la sala de conferencias de la Brunel University, construida en 1966 por el estudio Richard Sheppard, Robson & Partners. La inclusión de la arquitectura brutalista como escenario de pesadilla para las tropelías ultraviolentas de Alex y sus drugos ha quedado como perfecto ejemplo de esta deriva, pero esa no era la intención original de sus arquitectos, que prometían un futuro limpio, igualitario y brillante y una sociedad más justa. Tampoco supieron prever la decadencia urbana posterior (había muchos fallos de diseño y, a pesar de la honestidad brutal de revelar al exterior tanto la estructura como las texturas del edificio, el hormigón a la intemperie es un material que envejece mal).
Los edificios brutalistas de la universidad de Toronto, incluyendo la Robarts Library, también aparecen en el filme de 2010 Resident Evil: Afterlife, figurando como prisión futurista, centro de mando y punto de encuentro para Milla Jovovich y sus agentes en esta versión para el cine del videojuego del mismo nombre. Otro director que también utiliza esta controvertida arquitectura, pero ideal para la ciencia-ficción, es Denis Villeneuve, en su secuela Blade Runner 2049, uso que tendría continuidad después en el rodaje de Dune, por lo que podemos decir que al planeta Arrakis lo definen dos cosas: su especia milagrosa y sus magnos interiores brutalistas.
También la serie Sagrada Familia (española aunque dirigida por el mexicano Manolo Caro para Netflix) usa y abusa de este estilo arquitectónico como parte de “la coreografía de cemento y hormigón que marca la serie”. Son muchos los escenarios elegidos, la lista es larga: aparece la facultad de Ciencias Políticas de la UCM, que hace las veces de la de Periodismo pero que no quiere parecerse a Tesis (y su desasosegante trama ubicada en el laberíntico interior de este edificio señero del Brutalismo madrileño, debut cinematográfico de Alejandro Amenábar). Seguimos con Sagrada Familia y sus deliberados escenarios brutalistas: el conservatorio donde se conocen Aitana y Marcos es en realidad la sede de UGT en la madrileña avenida de América, Aitana acude a una fiesta en el jardín de la residencia pija de Marcos, en realidad la casa de hormigón y volúmenes rotundos que se construyó el arquitecto Javier Carvajal en Pozuelo (casa que también aparece en el vídeo de C. Tangana, Comerte entera). Como también aparece Torres Blancas, transmutado en hotel. No es ni mucho menos la primera vez que este edificio de Sáenz de Oiza hace un cameo en una ficción audiovisual nacional: ya apareció en la bizarra comedia La reina anónima, de Gonzalo Suárez (1992), como decorado de las surrealistas aventuras de Carmen Maura y su vecina Marisa Paredes. Pero para reflejo de un mundo apocalíptico y distópico, ninguna como la última película de José Luis Cuerda, Tiempo después, que yergue una torre-frankenstein en mitad de la nada compuesta de dos edificios brutalistas perfectamente reconocibles: la torre es propiamente Torres Blancas y la base, el edificio en Ciudad Universitaria conocido como la Corona de Espinas, actual sede del Instituto del Patrimonio Histórico Español, proyecto conjunto de los arquitectos Fernando Higueras y Antonio Miró que se inició en 1967 (y cuyo espacio central sale en una escena de apenas tres minutos, atisbando sus inconfundibles nervaduras, en La piel que habito, película de 2011 dirigida por Pedro Almodóvar).
Sobre el autor:
David Pallol Font (madrileño a pesar de sus apellidos) es autor de Madrid Art Decó (que surgió del blog del mismo nombre) y de Construyendo Imperio, editados por La Librería.
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