«La perfección se alcanza, no cuando no hay nada más que añadir, sino cuando ya no queda nada más que quitar” – Antoine de Saint-Exupery
El progreso no es novedad y cambio. O, al menos, no los presupone necesariamente. Progreso es, en todo caso, clarificación, paso de lo complicado a lo sencillo.
En la arquitectura eso significa simplicidad, unidad, simetría, proporciones justas, claridad tipológica, homogeneidad entre planta y alzado y, sobre todo, negación del desorden, aún cuando éste se justifique como reproducción simbólica de la crisis de una cultura.
Sin embargo, todo progreso requiere una etapa previa de experimentación, donde hay una inevitable incertidumbre que sólo los valientes o los ricos se atreven a explorar. Iba a escribir el discurso de que sólo los que están tan locos que creen que pueden cambiar el mundo son los que lo consiguen, pero no quería vomitar sobre el teclado antes de terminar el artículo.
Vuelvo a lo nuestro, el progreso en arquitectura requiere prueba-error, ir y venir, un cierto cha-cha-chá, un irse por las ramas, experimentar nuevas tecnologías, formas, ideas…para luego volver al lugar de origen, con la lección aprendida y lista para aplicar. Esa experimentación puede resultar desastrosa o celebrada, pero siempre imperfecta. Aún así, es necesaria.
Por lo tanto, es inútil seguir repitiendo que la Unité d’Habitation de Marsella causó un grave problema económico, que en el Abri du Pelerin de Ronchamp hay goteras, que a la Bauhaus se le ensuciaban los cristales, que no hay intimidad en la Glass House de Philip Johnson o que en el Dispensario Central Antituberculoso de Barcelona no se puede conseguir una temperatura de confort. Estas obras no han de ser valoradas por lo que son, sino por lo que dicen, lo que enseñan.
La Sagrada Família nunca fue realista ni lo pretendió y la Farnsworth House nunca dejó satisfecho al cliente pero, repito, el progreso no está en esos proyectos en sí mismos, sino en las ideas que esconden detrás y, sobretodo, en las lecciones aprendidas por sus autores tras su imperfecta aplicación en frío.
Si alguno de esos proyectos hubiera sido, en sí mismo, Progreso, así, en mayúsculas, ¿no estaríamos reconstruyéndolos una y otra vez? Como reza la primera frase del artículo, el progreso no está relacionado necesariamente con novedad y cambio. Esos proyectos forman parte de la fase de experimentación. Desde aquí invito al arquitecto, al diseñador, al estudiante y al visionario a proponer sus ideas sin miedo ni vergüenza, a experimentar. Que si has entendido lo que he dicho, quizás no conseguirás progreso alguno, pero al menos te lo pasarás bien, que ya es algo en los tiempos que corren.
Entonces, ¿dónde está el progreso? Tras explorar una idea, seamos capaces de volver al punto de partida, observarla con detenimiento y extraer conclusiones. Cuantas más, mejor. Y si alguna tiene forma de teorema, empecemos la propaganda, pero no antes.
Que Adolf Loos no nació lloriqueando que “Ornamento es delito” ni Mies van der Rohe le dijo a su primera novia que “Menos es más”, sino que esas ideas revolucionarias que les incitaron a explorar algo nuevo, desconocido, arriesgado; no se asentaron hasta ser aplicadas al menos una vez.
Y cuando, tras aplicar una idea, la estudiamos de nuevo, llega un momento en el que podemos controlarla y aplicarla una segunda vez.
Pero esta vez con, déjame que relea el segundo párrafo, simplicidad, unidad, simetría, proporciones justas, claridad tipológica, homogeneidad entre planta y alzado y, sobre todo, la negación del desorden.
Y entonces, sólo entonces, progresamos.
Imágenes:- The Solomon R. Guggenheim Museum, Frank Lloyd Wright, New York (EEUU), 1959 – Fotografía: © William Sanders
- Sagrada Família, Antoni Gaudí, Barcelona, 1882. – Fotografía: © Guy Le Querrec (1971)
Autor del post: Sergi Sauras
Aprendí sobre arquitectura en Barcelona, pero hoy escribo desde una escuela de diseño de los Estados Unidos con vistas al Mar Mediterráneo. Mi web www.sergisauras.com
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