Villa Mairea de Alvar Aalto – © Stepienybarno
Hoy nos queremos animar con esta pequeña reflexión sobre el origen de la arquitectura y una particular mirada a lo largo de la historia en busca de lo esencial de la arquitectura.
La arquitectura comenzó cuando nuestros antepasados, hace 7 millones de años, decidieron bajar de los árboles, dejando de ser australopitecus y convirtiéndose en nuestros ancestros: los homo habilis. Mientras todo ello ocurría, estos pequeños seres aprendían el manejo de herramientas muy simples y, poco a poco, se echaban a andar por la sábana africana. Así, persiguiendo manadas de animales, que, a su vez, solían seguir algún cauce de agua, daban buena cuenta de su nuevo medio de locomoción: las piernas. Gracias a esta nueva forma de movilidad, cuando encontraban un lugar que les aportaba cierta seguridad, buscaban cuevas donde protegerse y se quedaban por allá una buena temporada hasta acabar con los recursos del entorno. En la elección de estas cuevas está el primer acto fundacional de la arquitectura, más adelante llegarían los primeros campamentos al aire libre, hechos con maderas, huesos de animales y algunas pieles. De esta forma, pasaron los milenios y nos plantamos en el año 10.000 antes de nuestra era y, por fin, estos estupendos caminantes, cada vez más grandes y fornidos, abandonan su vida nómada.
La apuesta por la ganadería y el dominio de la agricultura fueron la excusa para plantearse una nueva forma de vida; un cambio histórico equiparable a la revolución industrial, el sedentarismo. Así, estos asentamientos fueron el origen de nuestras ciudades y el germen del comercio, dando comienzo a lo que entendemos como civilizaciones, añadiendo, conceptos identitarios o simbólicos en su propia arquitectura.
De esta manera, los edificios de mayor porte, siempre han presidido los espacios públicos, mientras que las viviendas han dado el cuerpo necesario a pueblos y ciudades.
Posteriormente, los estilos arquitectónicos se fueron sucediendo, manteniendo la estructura de arquitectura representativa, hecha, desde el ego de los hombres, para relacionarse con lo divino y dejar claro quién es el que manda, unida a una arquitectura hecha con lo mínimo para cubrir las necesidades de alojamiento del pueblo. Esta arquitectura popular, hecha sin arquitectos, pero, en muchos casos, con mucha arquitectura, ha llegado hasta nuestros días como ejemplo de sensatez y sentido común.
Esta sucesión de centurias, tuvo un brusco desenlace con la llegada del siglo XX, en donde, en 1908, Loos puso en tela de juicio al ornamento y a todos aquellos que veían el adorno como una forma de falsa elegancia. Posteriormente, la arquitectura moderna, vino a romper con todo lo establecido, poniendo encima de la mesa nuevos sueños que se levantaban sobre los cinco pilares de Le Corbusier.
Bueno, en realidad no todos los grandes héroes de este periodo daban una patada a la historia; por suerte, arquitectos como Aalto, no podían traicionar sus raíces, y Barragán, al otro lado del charco, fue capaz de recoger lo mejor de la blanca arquitectura que intentaba llegar a todos los rincones del planeta, pero dotarla de un mundo de color y tradición que ningún europeo pudo jamás soñar.
Fueron años brillantes, con sus grandes luces y, como todo en la vida, con sus sombras y fracasos. Aun así, esa eclosión de creatividad y esperanza hecha realidad en arquitecturas que aspiraban a dar mucho con muy poco, aunque tuvieran que romper con el pasado, llegarían a su fin a mediados del siglo XX.
En nuestras fronteras el gran Fisac se encargó de poner en jaque a los maestros del Movimiento moderno. A su vez, Alejandro de la Sota, mientras reflexionaba haciendo, cambio el “menos es más” de Mies por “lo más nada posible”. Igualmente, Coderch y muchos otros seguirían esta estela de pulcritud formal, despojándose de todo lo innecesario, pero sabiendo que la cultura popular merecía un respeto especial.
Por suerte, mientras fuera de nuestras fronteras, en los años ochenta, el minimalismo se iba imponiendo, nuestros arquitectos patrios le daban una vuelta de tuerca al tema, dando paso a una arquitectura esencial que maestros como Alberto Campo Baeza, sustentan en conceptos básicos como la luz, la escala o la gravedad.
Ahora, ya entrado el siglo XXI, por un lado, vemos con gran pena que la crisis ha dejado temblando al colectivo de arquitectos, pero, por otro, que la especulación, por lo menos en nuestras fronteras, ya no campa a sus anchas. Así, nuevas arquitecturas, hechas con menos que nada y buscando las esencialidad de la propia esencia, pasan a primer plano con gente como Zuloark en Campo de Cebada o los aguerridos n´UNDO que se empeñan en que la única manera de seguir avanzando es desde la resta.
Aun con todo, este relato, a parte de tener los “peros” de nuestra subjetivad y la brevedad del mismo, tiene una inexactitud que no podíamos permitir: comenzábamos hablando de que el espacio más esencial era la cueva, pero la realidad es que no es así; la primera casa del ser humano no está en otro sitio que el vientre de su madre. Ese es el verdadero refugio y, consciente o inconscientemente, esa sensación de protección y confort es lo que siempre será el fin último, aunque inalcanzable en su totalidad, de la Arquitectura con mayúsculas.
Autores de la entrada: Stepienybarno _ Agnieszka Stepien y Lorenzo Barnó
Está claro que dependemos de nuestros arquitectos si queremos tener una ciudad bonita, nos dedicamos a las reformas en Madrid y nos preocupa mucho todo lo que tiene que ver con la arquitectura de una ciudad, puedo decir que he visto con diseños nodernos, rotondas decoradas con esculturas salidas de una pesadilla, decoran a su manera la ciudad y como ciudades feas como Bilbao, han cambiado la cara en los ultimos veinte años haciendo disfrutar al paseante de su entorno.
Esta época de crisis creará una corriente arquitectónica interesante, a fin de cuentas. Habrá que ver como avanza 🙂