01 – La bruja Takiyashi invoca a un enorme espectro esquelético para asustar a Mitsukuni. – Utagawa Kuniyoshi, s. XIX
Los fantasmas de la opresión urbana | ukiyo-e
Hacia finales del siglo XIX, las calles de Japón estaban dominadas por fantasmas. La historia del país del sol naciente, ligada desde el inicio de sus tiempos a una potente espiritualidad, está salpicada de todo tipo de espíritus y monstruos, herramientas y resultados de los procesos de aprehensión, desciframiento y domesticación del entorno. Como producto de ello, la cultura tradicional japonesa está sembrada por una suerte de catálogo de criaturas etéreas prácticamente infinito, uno de los mejores ejemplos de animismo que puede estudiarse. No es difícil, por tanto, encontrar en el arte ukiyo-e, las memorias del mundo flotante — y con el que comencé mi andadura en esta revista —, escenas del día a día en la que lo sobrenatural, lo extraño y lo no señalable se cuela en las imágenes del día a día, habitando sus límites y costuras. Dichos seres pueden, a su vez, clasificarse en diferentes tipos según su carácter, su comportamiento y su relación, hostil o cooperadora, con los humanos. Todos ellos, en su conjunto, devuelven unos documentos inigualables del espíritu de los tiempos japonés: la manera en que se entendían a sí mismos en relación a su entorno.
El eje central del panteón espiritual japonés son los yokai. Según recogen Andrés Pérez Riobó y Chiyo Chida en su Yokai, monstruos y fantasmas en Japón (2012), estos seres habitan el «otro mundo», “ese que escapa al control directo de los humanos, donde habitan criaturas, dioses y fantasmas que conectan los dos mundos en los que se divide la realidad y que explican diversos tipos de fenómenos naturales o de la vida cotidiana que de otra forma quedarían sin respuesta”. Son, en esencia el espíritu invisible y oculto en todos los elementos en los que se engarza la vida. A partir de los yokai se ramifican distintos tipos de espíritus según sus particularidades, como los oni, ogros violentos, hostiles y guardianes del infierno; los tsukumogami, ánimas que ocupan objetos y utensilios cotidianos cuando estos alcanzan, por lo general, los cien años de edad; y los que creo que son de mayor interés para entender la relación entre la ciudad y sus habitantes, los yūrei, más cercanos a la concepción occidental de fantasma: almas a las que se les ha negado la paz tras la muerte debido a experiencias traumáticas en vida. Este tipo de espíritus se popularizó en el arte ukiyo-e hacia finales del siglo XIX y principios del XX, constituyendo y dando nombre a un subgénero pictórico conocido como yūrei–zu.
02 – Los fantasmas – Utagawa Kuniyoshi, s. XIX
03 – Los actors Ichikawa Danjuro contra un esqueleto, espíritu del monje renegade Seigen – Katsukawa Shunsho, período Edo, 1783
El arte como expresión del statu quo
El rasgo principal del yūrei-zu es que se considera un subgénero del fūzokuga, la representación de hábitos y costumbres del día a día, de la vida en el mundo flotante. La pregunta inmediata e inevitable, al menos en mi caso, gira en torno a cómo debió ser la época mencionada para que la transcripción de lo cotidiano a la pintura, el teatro y la literatura se viera invadida por un ejército de fantasmas errantes y vengativos. La teoría más popular hace corresponder este hecho con el carácter de represión social y autoritarismo del período Edo japonés, gobernado por el shogunato Tokugawa. Unidos a la opresión ejercida marcial y férreamente, los procesos de occidentalización que comenzaron a surgir en el país y la concentración de fenómenos naturales catastróficos resultaron en un statu quo oscuro, decadente y vulnerable: las condiciones idóneas para que los muertos, incapaces de alcanzar la paz del descanso eterno, se viesen obligados a vagar por unas ciudades que cada más abarrotadas, con todo lo que ello suponía, en términos de enfermedades, desigualdad y alienación.
Gracias a las imágenes que los artistas de la época entregaron a la historia, se puede entender mejor cómo la relación entre los habitantes y la ciudad, así como la visión que se tiene de la misma, puede verse afectada en tiempos de oscuridad, miedo y tiranía. Como ejemplos se pueden destacar tanto los trabajos de Utagawa Kuniyoshi (1797 – 1861), entre los cuales es fácil toparse con espíritus esqueléticos, brujas de rostro macabro y fantasmas atormentados, como la proliferación del subgénero namazu-e tras el gran terremoto que destruyó Edo (hoy Tokio) en 1855,
04 – Los habitantes de Edo atacan a Namazu, que representa el terremoto de 1855.
05 – La disputa entre las víctimas y los favorecidos por el terremoto representada como una lucha entre Namazu y el dios Kashima
protagonizado por Namazu, una deidad-pez que se mueve bajo la tierra y provoca terremotos. En este segundo ámbito, las imágenes son variopintas. En algunas, los habitantes de la ciudad se vengan del espíritu por los destrozos causados, en otros se representa la pugna social surgida entre los afectados por los seísmos y aquellos que sacan provecho de los mismos, y en unos pocos se celebra la redistribución de la riqueza resultante de la reconstrucción de una ciudad devastada.
No obstante, por encima de todos estos ejemplos destaca el kusozu, la descomposición en nueve pasos de cadáveres, generalmente prostitutas y cortesanas. Estas series, causantes por igual de atracción, curiosidad y rechazo, aúnan el estudio científico y el arte al tiempo que devuelven unas xilografías grotescamente detalladas. Su popularidad, de nuevo, es fácilmente relacionable con el estado de las cosas de la época, en la que encontrar cadáveres tirados por las calles de la ciudad y alrededores no era infrecuente, lo que sumado al hecho de que la mayoría eran de mujeres y trabajadoras sexuales, atestigua la oscuridad reinante en una de las épocas más convulsas de la historia de la nación.06 – La muerte de una cortesana y la descomposición de su cadáver – S. XVIII
Patologías urbanas de la mente
Al hilo de todo lo comentado hasta ahora, cabe tender un puente con lo que Colin Ellard describe en su Places of the Heart (2015) como patologías urbanas de la mente. Muy resumidamente, se tratan de afecciones psiquiátricas relacionadas con la ansiedad propia de la vida urbana y, por tanto, más comúnmente diagnosticada entre los habitantes de ciudad. Los factores causantes de estas patologías son diversos, y van, desde los niveles de cohesión vecinal o de alienación, hasta la disponibilidad de zonas verdes. Toda una rama de enfermedades de la mente que son resultado del mal diseño urbano y arquitectónico pero que, al mismo tiempo, pueden combatirse desde su contrario.
A lo largo del período Edo, Japón sufrió enormes cambios en su fisionomía estatal, pasando por diferentes fases de fragmentación y unión (cosida por el poder marcial del shogunato), para volver a fragmentarse en sucesivas oleadas de represiones y luchas internas que pondrían en tela de juicio la autodeterminación de todos los habitantes del país. Desde la superficialidad de mi conocimiento sobre el tema, creo que los yūrei pueden entenderse como una representación de las patologías urbanas de Ellard, que si bien debían ser poco más que el germen de afecciones actuales, seguramente serían acuciantes en una nación con una población cada vez más concentradas en torno a sus núcleos urbanos más importantes y expuesta a una revolución de occidentalización brutal que desarraigaría a muchos habitantes de sus tradiciones más acestrales. Si los yokai ayudaban a sus antepasados a comprender un mundo hostil, desconocido y salvaje, los yūrei hacían lo propio con los nuevos modelos de aglomeración, los desequilibrios del poder y la introducción de sistemas económicos y sociales rompedores y hasta entonces desconocidos por aquellos lejanos y desconocidos rincones del mundo.
La ciudad, la alienación y el miedo han sido siempre caras de un prisma complejo y estratificado, que los artistas de la historia han intentado descifrar a través de sus creaciones, con los pinceles y las plumas por arma. A la mente surgen obras como el Gernica de Picasso o los Hiroshima Panels de Maruki Iri y Muri Toshi, ambas ejemplares de cómo lo oscuro, lo trágico, lo obsceno, lo terrible y lo inexplicable puede invadir el día a día sin avisar, inesperada y atrozmente, dejando tras de sí recuerdos de un mundo flotante que, a veces, esconde fantasmas en su cara más oculta, esa que habla de otra e inevitable realidad.
07 – La muerte – Katsuhika Hokusai, 1831
08 – Dos de los quince Paneles de Hiroshima – Maruki Iri y Maruki Toshi, 1950-1982
Sobre el autor: Hugo M Gris
Arquitecto por la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria y Máster por la ETSAB, me interesan todo aquello que me ayude a entender cómo funcionan las cosas. Me encantan las historias y las consumo en cualquier medio que me salte al paso: cine, cómics, videojuegos, etc, con el sueño de poder ser yo quien las cuente algún día.
Me encantó esta lectura, me atrapó por completo