Ilustración 1: The Young Man y Cobb inspeccionan la caja de una desconocida, Following (1998), Christopher Nolan
Acumular objetos es como escribir una autobiografía. En el ámbito doméstico, los objetos que guardamos son un testimonio del tiempo pasado, pavimentando un camino que puede desandarse siguiendo su reguero hasta las primeras luces que sea capaz de alcanzar la memoria, como un rastro de migas que, no obstante, y al igual que en el clásico de los Grimm, nunca está realmente a salvo de ser devorado por los pájaros del olvido. Habitar es eso: tejer un relato palabra a palabra, día a día, acumulando recuerdos, un esto-es-lo-que-soy construido a partir de lo que se-ha-sido; un testimonio de haber pasado por el mundo y haber dejado huella. Es también proyectar una imagen propia, un esto-es-lo-que-quiero-ser, siempre susceptible a la tergiversación del diseño, como cualquier narración de la vida propia.
Lo cierto es que, siguiendo el recurso literario, un hogar es una especie de monstruo de Frankenstein hecho de vivencias seleccionadas y depositadas en objetos, cosidos con los hilos de las brumas de la nostalgia, y a los que la electricidad del recuerdo convierte en algo vivo. Así ascienden a pertenencias, a mementos que, por estar ligados a esas reminiscencias, evocaciones y eventos, no son sino nuestra espada y nuestro escudo en la constante lucha por la autodefinición de una identidad personal en el proceso de colonización de lo habitado. Dicho en otras palabras: el acto de acumular objetos es el acto, o más bien el resultado, de la conquista del espacio.
Ilustración 2: El neufert del día a día. Digne Meller-Marcovicz.
Todo el mundo tiene una caja
La historia de cualquier vida contada por los objetos se fabrica también a partir de cómo se dispongan y expongan dichos recuerdos. Cualquier casa que se piense se constituye, entre otras cosas, a partir de una gradación de intimidades, por lo que la decisión de asignar cada memento a un grado determinado no es baladí: como toda buena historia, la del tiempo pasado se escribe, ya sea consciente o inconscientemente, para ser contada e interpretada. Cualquier visitante no protagónico se verá expuesto a lo que la casa cuente, y el acceso que tenga a unas partes u otras del relato dependerá de quien lo cuenta, hasta el punto de que habrá incluso mementos tan íntimos que no serán compartidos con nadie. Para estos se reserva el que quizás sea el lugar más recóndito y personal del hogar: la caja.
Ilustración 3: Todo el mundo tiene una caja. Following (1998), Christopher Nolan.
Following (1998) – Christopher Nolan
Todo el mundo tiene una caja. Así le cuenta Cobb a The Young Man una de las enseñanzas que su trabajo como ladrón (traducido de burglar) le ha devuelto, en la opera prima de Christopher Nolan: Following (1998). A cualquiera que, llegado a este punto del texto, esté interesado por el tema tratado, le recomendaría que antes de continuar, viese la película. Apenas setenta minutos le bastan al director para ahondar en una de las más básicas naturalezas humanas —y que será luego una constante en su obra—: la creación de memoria. Para muestra, un extracto, el diálogo que tienen los antes mencionados personajes durante su primera incursión en pareja en las vidas ajenas, y en la que se introduce el concepto de la caja.
— Aquí no hay nada de valor.
— No pareces muy preocupado.
— No lo hago por el dinero.
— Entonces, ¿por qué?
— Porque como tú, me interesa la gente. Puedes saber mucho de la gente por sus cosas. ¿Cuántos años crees que tienen?
—No lo sé.
—El futón te dice mucho, para empezar. La gente joven tiene un futón. No están nada cerca de los 40 años. Y tienen un solo saco de la ropa sucia, por tanto llevan tiempo viviendo juntos. Tendrán unos 25 años, o un poco más.
—Pueden tener 20 años y llevar viviendo juntos muchos años.
—No…Los libros. Fueron a la universidad. Probablemente se graduaron a los 21 ó 22 años; Se mudaron juntos este año. Su música también te dice mucho. Y aquí está la caja.
— ¿Qué caja?
—Todo el mundo tiene una caja. En hombres, suele ser una caja de zapatos.
— ¿Contiene algo valioso?
— No, aún más interesante. Cosas personales, como fotos, cartas, baratijas de Navidad. ¡Sorpresa! ¿Ves? Un sobre… fotos, tarjetas, notas. Es una colección inconsciente, una exposición.
—¿Cómo que una exposición?
—Una exposición, cada objeto revela algo muy íntimo de otra persona. Es un gran privilegio verlo, no suele ocurrir.
—¡Oye! ¿Por qué diablos hiciste eso? Es como un diario, lo esconden… pero quieren que alguien lo vea. Eso es lo que yo hago. Esconder y exponer, son las dos caras de la misma moneda. Así verán que alguien lo ha visto. De eso se trata. Interrumpir la vida de otra persona, haciéndole ver las cosas que no valora. Cuando vuelvan a comprar estas cosas con el dinero del seguro tendrán que pensar, por primera vez en mucho tiempo, por qué querían todas estas cosas, para qué servían. Al quitárselo, les muestras lo que tenían.
(…)
—Creí que el fin de robar era llevarse cosas.
—No, ésta es la razón. Irrumpir en la vida de alguien, averiguar quiénes son realmente. ¿No lo sientes?
Ilustración 4: El privilegio de acceder a lo más íntimo de otra persona. Following (1998), Christopher Nolan.
Los objetos como relato del habitar
Cobb encarna el mejor sociópata posible: aquel que mejor conoce a las personas. Como buen profesional de la vida ajena, sabe cómo leer el patchwork de lo habitado y encontrar su pieza más suculenta, esa caja que contiene objetos aparentemente sin importancia, baratijas de mercadillo, papeles desgastados, recibos de eventos remotos, fotos desencuadradas, bisutería, amuletos todos del pasado. Una colección conformada por la selección, por la decisión última de qué objeto es digno de terminar su viaje en el interior del contenedor más mundano que pueda encontrarse.
Lo cierto es que la primera persona a la que uno cuenta su historia es a sí mismo. «Los recuerdos desvirtúan. Son una interpretación, no un registro”, sentencia el protagonista de Memento (2000), también de Christopher Nolan. Son una especie de ancla con la que intentar resistir los embates de las mareas del cambio perpetuo y ultra-acelerado del día a día contemporáneo, en el que nada ni nadie es-lo-que-es por mucho tiempo. Toda historia es, en esencia, un puzle, y en el del habitar la pieza clave es el habitante, pues es el único verdaderamente capaz de dar un sentido a lo habitado.
Ilustración 5: Lo que hubo. Lo que puede haber. Obra de Flavia Mielnik.
Creo que la clave de todo esto es que quizá aquello que llamamos casa no es más que el resultado de una conquista, una batalla constante con numerosos frentes en la que poco a poco se intenta arrebatar algo de terreno a uno mismo. De cada contienda, en el papel de supervivientes, los habitantes se llevan un botín y unas cicatrices que exhibir, que hablan de las incursiones al mundo exterior a partir de las cuales se define lo propio y su memoria. Y es que al habitar colonizamos, y el recuerdo es nuestra bandera.
Ilustraciones 6,7 y 8: Los secretos de una caja. Following (1998),Christopher Nolan.
Sobre el autor: Hugo M Gris
Arquitecto por la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria y Máster por la ETSAB, me interesan todo aquello que me ayude a entender cómo funcionan las cosas. Me encantan las historias y las consumo en cualquier medio que me salte al paso: cine, cómics, videojuegos, etc, con el sueño de poder ser yo quien las cuente algún día.
Hola, me gustó mucho tu artículo. Sabes dónde puedo encontrar la película con subtítulos en español? Gracias
Hola Andreu,
Puedes encontrar el DVD en Amazon en Versión Original con los subtítulos en Castellano. Te dejo el enlace: http://www.amazon.es/dp/B008QPHK2C/?tag=cosasdearquitectos-21