Louis Isadore Kahn tenía tres mujeres, y un hijo con cada una de ellas.
Estaba casado con Esther, con quien tenía una hija: Sue Ann. Su esposa se quejaba del enorme éxito de Louis, que le obligaba a viajar constantemente, y que le impedía estar más de tres días seguidos en casa. Aunque, todo hay que decirlo, en esos tres días era el mejor de los esposos y de los padres. Siempre era adorable, siempre paciente, siempre de buen humor. Era increíble que, aunque estaba hundido en graves problemas económicos y en agobiantes asuntos profesionales y técnicos, siempre estuviera dispuesto a jugar con Sue Ann y en amar tiernamente a Esther.
Anne tenía menos suerte. Con ella apenas llegaba a los dos días seguidos, y muy de vez en cuando. Tenían a Alexandra. Anne era arquitecta, y colaboraba con Louis. Se enamoraron irremisiblemente. Ella sabía que él estaba casado y que no iba a dejar a su esposa. Es más: Sabía que la esposa ni siquiera se iba a enterar, y estuvo de acuerdo. Estuvieron trabajando juntos y enamorados durante veintinueve años.
Con Harriet tampoco pasaba más de dos días seguidos. Eran padres de Nathaniel, un niño muy guapo. Louis siempre decía que era increíble que siendo él tan feo hubiera tenido un hijo tan bello, y que todo se debía a la fascinante hermosura de Harriet, una arquitecta paisajista con quien colaboró y de quien también se enamoró sin dejar ni a Esther ni a Anne. Louis no rompió nunca con ninguna de ellas. Pasaba de una a otra con toda naturalidad. Las quería a las tres.
Nathaniel y Louis tenían un cuaderno en el que dibujaban barcos locos. Con los años Nathaniel filmó una película documental muy bella, My Architect, en la que puede verse ese cuaderno. La película estuvo nominada a los Oscar. En ella se reúnen (creo que por primera vez) los tres hermanos.
Kahn había nacido tal día como hoy, el 20 de febrero de 1901, y murió setenta y tres años y veinticinco días después, solo e indocumentado, en la Penn Station de Nueva York. Le llevaron al depósito y durante tres días estuvo allí abandonado sin que nadie supiera de él. Al fin y al cabo se pasaba la vida desapareciendo y sin dar señales.
Finalmente, en el funeral, se conocieron las tres mujeres. (Como decía aquel, qué momentazo).
Nota: Esta historia se evoca con más extensión en el libro Necrotectónicas, de Ediciones Asimétricas.
Sobre el autor, José Ramón Hernández Correa: Nací en 1960. Arquitecto por la ETSAM, 1985. Doctor Arquitecto por la Universidad Politécnica, 1992. Soy, en el buen sentido de la palabra, bueno. Ahora estoy algo cansado, pero sigo atento y curioso. Puedes seguirme en mi cuenta de Twitter, en Google+, o consultar mi blog, Arquitectamos Locos?.
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